
Claro que muchos están en contra de Donald Trump, es un gran pendejo. Lo malo es que muchos más deberían estar en contra pero no, y de hecho eso solo es una prueba del poder de representatividad de la democracia en una sociedad en decadencia.
Racismo, machismo, homofobia y xenofobia, entres otros ismos y miedos infundados, no serían parte de las políticas públicas o del discurso de los gobernantes, si éstos no contaran con el voto del pueblo.
Y sí, hay mucho qué cuestionar sobre los procedimientos que se emplean para conseguir la mayoría de votos. Desde robar o embarazar las urnas electorales, hasta el uso de información falsa, la difusión de estereotipos o la incitación al odio.
Por desgracia, lo anterior es un fenómeno cada vez más común en la comunicación social de candidatos para ganar elecciones y de gobernantes para retener el poder. Pero esto no es exclusivo de Estados Unidos.
En México conocimos a profundidad el primer nivel de manipulación electoral por décadas, antes de la existencia de los partidos políticos actuales.
Solo desde 2018, vimos el poder de un modelo de comunicación social que no se basa en la argumentación con hechos. Sino exclusivamente en la estimulación de las emociones de los votantes para tener su aprobación.
Es así que vemos una agenda pública, llena de temas relacionados a la historia oficial y la cultura popular, conocimientos que en todas las sociedades se reproducen en las mayorías
Sin embargo, que un político tenga la mayoría de su lado, no se relaciona con el bien común. Como la rifa del avión presidencial, tras la cual quedó demostrado que el apoyo de la ciudadanía y las instituciones a una estrategia, no es un factor de éxito o efectividad. Todos se pueden equivocar, principalmente cuando actúan basándose en información falsa.
De hecho, el bien común, solo puede venir del conocimiento y no de los prejuicios, mucho menos de las mentiras. Una estrategia que a Donald Trump está por pegarle en la cara, lenta pero determinadamente.