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Como cada año, el último sábado de junio se celebra la Marcha por el Orgullo LGBT+, y para muchos, es una fecha esperada con ansia, como los niños que esperan la llegada de la navidad, y en perfecta analogía, también aquí hay quienes retoman el sentido original, de lucha, de obtención de derechos, de reivindicación social, y quienes sólo festejan por festejar.

Todos los años es una espera ansiosa para ver quiénes van a ir, cómo irán vestidos, si marcharán en grupo, si sólo jotearán por ahí, etc. La Marcha genera siempre grandes expectativas, planes, proyectos y en algunos casos une, divide o enamora.

La Marcha en la Ciudad de México, es mucho más que una marca local: Vienen personas de muchas partes del país, desde los estados aledaños hasta los fronterizos que, como contingentes o como individuos, se amalgaman para formar una mancha humana que, literalmente, se mueve al compás que le toquen.

Pero este año, la Marcha podría ser distinta, no porque haya sido “oficializada” o porque el comité organizador haya excluido a la gran mayoría de grupos y asociaciones en tanto no están alineadas; esto no me preocupa porque la Diversidad Sexual No Heterosexual siempre ha sido desobediente, así que por más que se trate de normar y dirigir, seguiremos sin ser machos y seguiremos siendo muchos.

Este año, la Marcha no será igual porque en años anteriores parecíamos tener cierto apoyo desde la heterosexualidad simpatizante, que a últimas fechas ha ido comprando el discurso ultraderechista de la “familia original” (argumento, por cierto, bastante insulso y, aunque silogista, carente de toda razón) y de la “decencia” que arremete incluso desde dentro del colectivo LGBT+ contra las muy visibles muestras de nudismo, los disfraces y el travestismo, todo esto, bajo el argumento de “me ofende”.

¿Te ofende? La “decencia” se ha encargado por siglos de asomarse a nuestra vida privada, en los aspectos más íntimos de nuestros días, criticando, corrigiendo, golpeando y asesinando a quienes, en lo privado, hemos decidido ejercer nuestra sexualidad como sentimos, y el día que lo mostramos, ¿te ofendes? No entendí. ¿No que te importaba tanto?

¿Te ofende? Llevamos siglos humillados, siendo entre otras muchas cosas, tu motivo de burla, tu hazmerreír, tu escupidera y tu costal para golpear, ¿y te atreves a decir que te ofende?

¿Cuál es la ofensa?, ¿Qué nos mostremos? ¿Qué nos aceptemos? ¿Qué nos sintamos orgullosos? ¿Qué no seamos “decentes”?

Hace mucho que la “decencia” es un concepto sin sentido porque en sí, no define nada: Es como de “contentillo”; No está regulada, ni legislada ni nada, y depende, más bien del humor momentáneo de los decentes.

Tras muchos años de análisis, he encontrado que la decencia tiene dos vertientes principales, que a la postre no resultarán tan decentes: los “Despiadados” y los “Piadosos”.

Podemos considerar despiadados a todos estos sujetos, hombres y mujeres, que ejercen la violencia –hasta ahorita mayormente verbal- por medio de discursos y redes sociales con hashtags como “MatarGaysNoEsPecado”.

Los despiadados inundaron el Internet con amenazas –la Marcha fue amenazada- y comentarios homofóbicos llenos de odio gratuito. Nos consideran “una plaga”, “algo que no debe existir”, “el mal supremo” pero no explican más (tal vez porque no hay fundamento en tal explicación. Es sólo un argumento vacío).

Los despiadados, que pueden pertenecer o no a grupos religiosos, quieren dejarnos ver su odio para que tengamos miedo. Son los mismos bulleadores que sembraron miedo en las escuelas y han crecido: crueles, mordaces, llenos de miedo de mostrar sus debilidades y dispuestos a hacer daño para sentirse cómodos.

Los despiadados nunca recibieron educación y su formación es, generalmente, mediocre. Saben reproducir pero no pensar.

Los despiadados siempre necesitaron un par de nalgadas amorosas que nunca recibieron, y podrían haber crecido de manera diferente y generado cierta conciencia si hubieran sido educados, pero hoy parecen no tener remedio.

Los piadosos, por otro lado, aparentan ser más nobles, hablan del infinito amor de un dios castigador y vengativo que no sólo les autoriza, sino que les insta a odiar a quienes no ven como sus semejantes.

Los piadosos critican sin perder detalle, las formas y maneras, las escenas privadas de la vida de las personas; cada uno de los actos y actitudes que desde su óptica, devienen en vicios y perdiciones indecibles, al grado de oponerse a la unión legal de las parejas LGBT+ porque temen que nos reproduzcamos, y lo hacen justo bajo el argumento de que “no nos podemos reproducir”, como si la misión de vida de personas fuera ser como gallinas ponedoras; maquinarias de hacer hijos y nada más.

Los piadosos son muy obedientes porque así les enseñaron; pretenden tener buenas formas y maneras correctas y brillan en claros colores; brillan tan fuerte, que no pueden verse en un espejo porque su imagen real, les aterra.

A los piadosos les dijeron que debían vivir la vida al máximo, y decidieron vivirla dos veces de forma paralela: la vida del rezo y la vida mundana que ocultan tras el rezo.

Para los piadosos, el mundo no debe avanzar, (salvo en aquello que les acomoda), debe quedarse como está porque así lo creó su dios, con injusticias, con hambre, con ignorancia, con catástrofes, con terror; pero como la solidaridad es una necesidad innata en los humanos, le dan salida cuando ya no pueden más, aventando algunas migajas de lo que les sobra y convenciendo a sus protegidos de entrar en el buen camino y ser tan buenitos como ellos.

Los piadosos no son capaces de crear actos de crueldad pero si de reproducirlos: matan a su dios cada año en ceremonias gozosas y extasiantes que han pasado de la representación a la tortura y una vez satisfechos, guardan su sadismo un rato, hasta que haya oportunidad de gozar otra vez mirando a su dios derramar su sangre. Son mártires que festejan el martirio y el sufrimiento como una manera de salvación y por ello, no les importa hacer sufrir a quienes discrepan de sus ideas: a los ateos, los herejes y los homosexuales, nos tienen reservado un infierno en este mundo que superará por mucho el supuesto infierno de la vida después de la muerte.

Los piadosos rezan por nosotros, para que no nos alejemos de su dios, sus doctrinas y su mundo, pero a la vez, no nos quieren ahí (“No así”, dicen ellos. “Entonces, ¿cómo?” decimos nosotros). Juzgan en el nombre de un dios que irremediablemente juzgará a todos, dicen ellos, y en sus juicios condenan los actos que “van contra la naturaleza”, descritos en un libro que no habla de biología y que en más de 2700 páginas, la palabra Respeto (o sus derivaciones) sólo se lee 32 veces y siempre como sinónimo de obediencia y sumisión, nunca como el admirar y reconocer al otro; y no sólo juzgan: categorizan, porque su libro considera más valioso a quien más se asemeje a su dios, al que además de presentarlo como asexual, le han asignado rasgos, facciones, color de piel, cabello y ojos, y ello dista mucho de parecerse al promedio de los mexicanos, por lo que su dios será eternamente inalcanzable.

Los piadosos creen en el pecado y lo interpretan selectivamente, porque aunque para su dios todos somos iguales, parece ser que unos son más iguales que otros.

Los piadosos, como dicen de su dios, están en todos lados. Son ojos y oídos sin corazón.

Ambos grupos, piadosos y despiadados, han decidido salir de caza y para ello, se brincan muy seguido las leyes que amparan el laicismo y la libertad de creencias. Han buscado apropiarse de ellas mediante una tramposa explicación de ciertos artículos y argumentos, desconociendo y anulando todo lo demás. Para ellos, los Derechos Humanos son un juego que pasan por alto para no perder privilegios y comodidades.

Pero si hablamos de la lucha LGBT+ (que es el tema de este escrito), hace mucho que la Marcha no estaba tan sola y aislada. Otros grupos y movimientos nos han dejado solos por no ser “decentes” y porque las campañas mediáticas de odio les han hecho recular. No importa.

En México, en el movimiento LGBT+ se ha trabajado mucho para mantener la Marcha ajena a partidismos y sectores y se ha caracterizado por ser un movimiento basado en convicciones y decisiones personales, cuya asistencia y permanencia es absolutamente voluntaria y hoy por hoy, no necesita de la ayuda de nadie. La autonomía a veces aterra, pero también dignifica y eso es lo que buscamos en cada capítulo, y donde hacemos especial énfasis este año:

Si marchamos, es por dignidad, para mostrar lo que cada quién es desde sí, desde sus gustos y necesidades personales, ajemos a toda decencia y toda moral impuestas y respetando plenamente la diversidad no sólo sexual, étnica, laboral, expresiva, etc.

Este año, nuestra Marcha, no es “de todos”, es “DE CADA QUIÉN” y por ello es una marcha fuerte e imparable. No necesitamos de limosnas, ni migajas, ni porras, ni apoyo condicionado, ni nada. Nos tenemos a nosotros mismos y ello es más que suficiente, pero tampoco somos egoístas. La Marcha es abierta mientras haya respeto y puede venir quien quiera, y aunque para algunos habrá cosas que no les gusten, para la gran mayoría se abrirá una maravillosa caja de sorpresas, tal como es la Diversidad.

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