La «Libertad de Prensa», proviene de una época en la cual la principal plataforma de todos los medios de comunicación, era el papel impreso, esto a finales del siglo XVIII.
Es así que «prensa» esencialmente hace referencia a la imprenta, en la cual con un mecanismo de prensado, se podían fabricar miles de copias de escritos de variable extensión y con más periodicidad.
Que a partir de entonces, gracia a las noticias, las personas pudieran conocer sucesos lejanos a su entorno, posibilitó el surgimiento de la Opinión Pública, que no es otra cosa que la forma de pensar de la población, respecto a cualquier tema.
Es aquí donde los gobernantes han metido las manos y hasta las patas. Pues a lo largo de la historia, quienes han intentado controlar o censurar a los medios informativos, también lo han hecho con el afán de manejar o suprimir a la Opinión Pública.
Más de 200 años después, el término «Libertad de Prensa» incluye a medios impresos y electrónicos, cuyas publicaciones o emisiones, son un derecho que debe ejercerse de manera responsable, pero principalmente de forma libre.
La Libertad de Prensa es libertad de expresión para los medios y de información para el Pueblo, pero para esto se requiere que no exista interferencia del Estado, el cual constantemente se ve tentado a intervenir, excusándose siempre en el beneficio nacional, que para efectos individuales ha sido un éxito sólo para la élite en diversas épocas y países.
En el caso de México, desde el monopolio del papel hasta la propiedad del espacio aéreo (por donde viajan las ondas de radio y televisión) han servido como instrumentos de control para imponer la censura previa. Peor aún, los crímenes contra periodistas han sido la más terrible herramienta para silenciar a periódicos y noticieros.
En la actualidad, específicamente el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el cargo de presidente de México se ha convertido en una figura política hipermediatizada: Aparece en la tele, se le escucha en la radio, podemos leer sobre él a diario en todos los periódicos, miles de sitios web y además las redes sociales.
Sin embargo, este enorme poder de comunicación, queda reducido a un costoso aparato amplificador de ruido, desinformación y censura, usado por el presidente para controlar la Opinión Pública, no coartando a los medios de comunicación, sino desacreditando a aquellos que cuestionan o se oponen a sus políticas.
Esto mina la credibilidad y la confianza del público en las personas que comunican y los medios a los cuales representan, permitiendo que sea la voz del presidente la que predomine o incluso prevalezca, sin importar los hechos reales y muchas veces anulando la posibilidad de necesarios debates abiertos.
Por desgracia, en este contexto, la verdad es lo último que conocemos y los ejercicios de comunicación social, como las ruedas de prensa, que deberían servir a las instituciones de gobierno para informar al pueblo, terminan siendo sólo útiles al lucimiento presidencial y haciendo del ejecutivo, un obstáculo, filtro o distractor de la realidad de los asuntos públicos.