
Por: Joaquín Hurtado Pérez
Un pequeño grupo de los pañuelos verdes se planta contra la intolerancia religiosa. Para la concentración de los antiderechos, el organizador acarrea con buses a centenares de católicos de Monterrey, otros llegan en lujosos coches. La ocupación es de tres cuartas partes de la Explanada de los Héroes.
A nadie emociona los discursos que pretenden ser misericordiosos, poéticos, laicos, musicales, lacrimosos, edificantes, científicos, memorizables a fuerza de repetir el mantra, la consigna, el lema que va a empaparnos más que esta lluvia pertinaz: la vida es hermosa, vale la pena vivir por la vida. Tautología sublime que cansa hasta el nuevo soliloquio. Aplausos tímidos de los paraguas, los globos celestes languidecen…un dron pinchurriento parece regodearse de la esplendorosa vida. No es un dron, lástima. Es el Espíritu Santo.
En las escalinatas del Sur, de cara a Fray Servando Teresa de Mier y Noriega, lxs chiquxs hacen lo suyo con lemas contrarios. Elevan el reclamo, su denuncia es demencialmente alegre, hasta delirar entre pantomimas genitales y mandatos a la verga, exaltación vaginal liberada del dogma, nuevitos los pañuelitos verdes, oigan cómo se desgañitan en coro con el megáfono: «Asesinos son ustedes, las que mueren por aborto clandestino son mujeres». Las voces en rebeldía asfixian el sistema celeste, las bendecidas orejas se fastidian, se ponen a comer elotes con chile endiabladamente picante y rojo. La lucha por la plaza se alarga como la lluvia de un otoño adelantado. El invierno promete fríos furibundos. El clima arde como el hielo. Grupos dispersos en la plaza histórica rezan el Rosario.

El vendedor de impermeables se cuaja. No cesa de mercar. La lluvia en chinga. Y pensar que ayer andaba aquí el Electo, con el corazón de fuera, prometiendo lo que aún no tiene. Y pensar que hoy el clero disfrazado ciudadano echa pestes contra Olga Sánchez Cordero, Porfirio Muñoz-Ledo y el satánico Electo mismo. Se les acusa de fomentar el negocio de la cultura de la muerte, de lucrar con las vidas inocentes, enriquecerse con la industria de la muerte en masa de las voces sin voz. Y pensar que el óvulo de María santísima enseña hoy los colmillos con la fuerza de la mentira metafísica, la retórica de no retirar el dedo de ni una maldita barrera mecánica o legal contra el don de la vida, vida igual a dejar que la lluvia nos cale porque trae bendición y, por supuesto, más vida. Hace mucho frío, quizá por eso a nadie le importa la vida. ¿Así o más claro? Y pensar que un impermeable es como un condón, es para no mojarse con las metáforas de la vida, con todo el poder de su ilusión.
La ceremonia llega a su cúspide. Sube a hablar Carolina Garza, una aferrada promotora de los antiderechos. Lxs chiquxs se dejan venir, destaco a Jennifer Aguayo y a su mujer. Puta madre, paños verdes penetran el ovulo-mitin celestial, se arma la trifulca. Arde Troya. Los pañuelos verdes, dignos trapos contra la hipocresía del discurso abusivo, no toleran ver, ni escuchar a una protectora de sacerdotes pederastas.
Paraguazos, empujones, entra en acción la policía. Merodeo el campo de batalla con el pañuelo verde atado a mi cuello, cronista declaradamente canteado proderechos. Dos mujeres maduras me increpan, alimañas y otras amenazas surgen de las bocas ensalivadas con babas benditas. Disfruto cada segundo de su odio metafísico, rencor reconcentrado en sonoros chingas a tu madre.
El mitin abruptamente se da por concluido, los adictos a la húmeda vida se van yendo bien protegidos del agua dadora de vida, arrebozados con azulinos plásticos, repelentes de la lluvia por vida que no cesa.