Cuando se habla de crímenes de odio en México, pocos son los agresores que rinden cuentas ante la justicia, principalmente porque este delito no está tipificado en muchas entidades.
Sin embargo, la mayoría de los crímenes de odio que han sido castigados, están relacionados con asesinos seriales. Un hecho que la misma historia nos ha demostrado.
Lo anterior, porque los agresores seriales son un atractivo informativo y la atención mediática obliga a la actuación de las autoridades. Algo que pocas veces ocurre cuando se trata de una víctima aislada de la Comunidad LGBT.
Agresor mediatizado
Así fue como un asesino serial, apodado «Pie Grande», se hizo conocido para luego dar origen a una leyenda negra en Nuevo León, alimentada por las notas rojas y el amarillismo en torno a un asesino y tres víctimas.
Si bien, no se trata del típico caso de asesino al que se sigue la pista tras subsecuentes crímenes, el sólo hecho de las tres víctimas homosexuales llamó la atención de los medios
Gerardo Castillo de 26 años de edad; Gilberto Alcalá, de 41 años y Jaime Espinoza de 20 años, son los nombres de quienes han sido invisibilizados por historias periodísticas que en su momento, simpatizaron más con el agresor.
Su nombre real es, José Manuel Solís Mata y cometió los tres asesinatos entre 2003 y 2004, en la zona urbana de Monterrey, donde frecuentaba bares y antros de ambiente gay.
Lugares, donde conocía a otros chicos con quienes sostenía relaciones sexuales, supuestamente a cambio de dinero.
Cuando tras la investigación, fue detenido, el 3 de marzo de 2005, «Pie Grande» tenía 23 años y recibió su apodo por el alarde de la Policía Ministerial en el trabajo de los detectives.
Medios locales y nacionales, dieron cuenta de la huella del pie, talla nueve, del asesino, que los peritos registraron en la escena del crimen de los asesinatos de Gerardo Castillo y Gilberto Alcalá.
Gerardo, el payaso ‘Tallarín’
El martes, 15 de julio de 2003, Gerardo Castillo, un animador infantil, conocido como «Tallarín», de 26 años, quedó de verse con Solís Mata, en una zona cercana a La Fe, entre los municipios de San Nicolás y Guadalupe.
De este punto, se trasladaron a un local abandonado, en la Col. Los Doctores, donde habrían tenido un encuentro sexual.
Sin embargo, lo que iba a ser una aventura de lo que hoy más comunmente se conoce como cruising, terminó con la vida de Gerardo. Su cuerpo presentaba una severa contusión en la cabeza, signos de estrangulamiento y en la espalda las huellas de los pies del asesino, quien además saltó sobre el cuerpo la víctima.
Gilberto Alcalá López
Gilberto, de 41 años, empleado de la Secretaría de Educación, conoció a José Manuel en un restaurante ubicado, también en la zona de La Fe, donde el agresor trabajaba.
En este caso, tras un año de conocerse se pusieron de acuerdo para reunirse en la casa de Gilberto, no se sabe si por primera vez, el viernes 18 de junio de 2004.
En Apodaca, en un domicilio de la Colonia Los Álamos «Pie Grande» volvió a dejar sus huellas, luego de quitarle la vida a Gilberto y robar 40mil pesos.
El cuerpo de Gilberto, presentaba huellas de estrangulamiento, otra pista que llevó a las autoridades a relacionar el homicidio de Gerardo cometido casi un año antes.
La investigación condujo a la autoridades hacia Solís Mata como posible sospechoso, posteriormente cotejaron sus fotografías con testigos y se compararon las huellas en ambas escenas del crimen.
Cuando ocurrió su detención, nueve meses despúes, Solís, confesó no sólo los dos primeros crímenes, sino un tercer asesinato, que no tenían en cuenta los detectives ministeriales.
Jessica Adriana
El tercer crimen ocurrió, el jueves 11 de noviembre de 2004. En esa fecha, “Jessica Adriana” de 20 años conoció a Solís Mata.
En este caso, la invisibilización de la víctima por parte de las autoridades y de los medios de comunicación, ha impedido que hoy no se conozca si Jessica Adriana, fue una chica trans.
Tal situación, en una época en el que la perspectiva de género no estaba en el horizonte para detectives y reporteros, dio por resultado que sólo se registrara la muerte de Jaime Espinoza y que «Jessica Adriana» quedara como el apodo de una víctima de homicidio.
Siendo así, que ni siquiera se contempló , la posibilidad de considerarse un transfeminicidio o crimen de odio por homofobia.
Jessica había salido de fiesta la noche del miércoles, durante la cual, se vio con quien posteriormente le quitaría la vida, en la madrugada del jueves.
Ambos se encontraron en la Avenida Acapulco y luego se trasladaron a un lote baldío en la Col. Hacienda San Miguel.
Para los medios, nuevamente el dato relevante se trataba de la escena del crimen, contextualizada como un encuentro sexual, para lo cual, el apodo de ‘Pie Grande’, fue combustible para el amarillismo que revictimizó a quienes Solís Mata, primero les había quitado la vida.
No requirió explicaciones, el saber popular, hiló tres elementos: 1.- Un sujeto apodado «Pie Grande», algo que aludía a la presunta correlación entre la talla del pie y el tamaño del pene, 2.- En un encuentro sexual entre hombres, 3.- Que además terminó en un asesinato.
El ángulo noticioso, no fue mucho más allá de lo anterior. El prejuicio sexo-genérico, que pesa sobre quien toma el rol pasivo en el sexo gay, fue el trasfondo de la historia.
Algo que terminó por revictimizar a tres personas y las invisibilizó, cuando los medios colocaron en el centro de la información, al agresor y su vida personal.
Victimizando al agresor
Para la Opinión Pública no tan informada, o sea en su mayoría, la historia de «Pie Grande, en realidad comienza con la vida de penurias, marginación y vicisitudes de Solís Mata, el agresor.
Una frase de éste, quedó registrada por algunos reporteros, «Que bueno que me detuvieron, porque hubiera seguido matando jotos».
Sus dichos dieron pauta a los medios. Tres «jotos» que ya no están y que ya no podrán ligar en restaurantes, salir de antro o hacer cruising«. Prácticas, que en su momento, resumieron la identidad de las víctimas.
En cambio, al respecto del agresor, se dijo que trabajaba como albañil y vivía en el municipio de Pesquería.
También que previamente había estado recluido, durante dos años, en el ahora desaparecido, Penal del Topo Chico, por robo con violencia a un negocio.
Pero no únicamente eso, pues además, el agresor estaba casado con una menor de 17 años y ambos eran padres de una bebé de un año y medio.
En sus declaraciones, luego de su detención, Solís Mata, también dijo ser víctima de violación, en su infancia, cuando tenía seis años de edad.
Según Solís, un homosexual le agredió, circunstancia que le motivó a perpetrar sus crímenes, entendidos como venganza.
Como si se tratara de una moraleja de doble moral o una póliza de seguro para daños a la masculinidad, otorgada por el pacto patriarcal, no fueron la homofobia y el odio, los elementos condicionantes de la historia periodística.
Mucho menos la homofobia interna del agresor, a quien sin importar el trauma que haya vivido, no pueden otorgarse justificantes a lo que hizo.
Pues, no obstante la confesión de culpa por los tres crímenes, y la pena de 65 años y nueve meses que sigue cumpliendo, la responsabilidad última, tanto en los argumentos del asesino, como en la narrativa noticiosa, se trasladó a los homosexuales bajo el falso estigma generalizado del abuso sexual de menores.
Una falacia que durante siglos, ha sido una maldición para homosexuales y hoy más concretamente para las personas LGBT.
Así, el eje moralizante o crítico, que además daba origen a la trama, quedó plantado en «La Lupe», el vecino homosexual de Solís Mata, en Nueva Rosita , Coahuila y que abusó de él, cuando era niño.
Con información de El Norte y Mural .