Ya le entendí al presidente, cuando dijo en 2006:
«¡Al diablooo con laj injtitujioneeej!».
De hecho, esto comprobaría que es uno de los políticos mexicanos más consistentes o con más congruencia que hayamos visto, en mucho tiempo.
Desde la jefatura del DF, su primera candidatura a la presidencia, las dos siguientes y ahora durante su administración, si algo ha demostrado, no sólo con palabras, sino también con hechos, es que ha puesto su mayor esmero y consistentemente dedicado toda su atención, a la persistente tarea de adquirir, concentrar, proteger, acaparar, cooptar y posiblemente hasta retener el poder, por encima del próximo o próxima presidente.
Menos como Lázaro y más como Plutarco. Son pulsiones de un nuevo Maximato el cual demostraría que entre Cárdenas y Calles sólo hay un AMLO.
Más allá de la Justicia, mucho más allá del periodo para el cual fue elegido y por ende, muchísimo más allá de las leyes que rigen a los pinches mortales.
En tal advocación del supremo poder, encomienda sus esperanzas totalitarias, pues todos saben, si hoy fueran las elecciones y compitiera contra sus propias corcholatas, él volvería a ganar.
De este modo, ya con las instituciones y los poderes bajo su control, me hace pensar, que él mismo habría profetizado su metamorfosis, la más insorprendente entre los políticos batracios, aquellos que se ostentan en la superficie, a la vista y en contacto con todos, pero cuyas funciones que les permiten subsistir, las siguen realizando bajo el agua. Es la transmutación culminante, del Mesías Tropical, al Anticristo posmoderno.
Es así que, gracias a los seis meses de catecismo, previos a mi primera comunión, deduzco que , si él es el Anticristo, entonces, sus cuatro corcholatas, son los jinetes del Apocalipsis, y eso significa que el fin del mundo se aproxima.
Porque junto con las instituciones públicas o privadas, al diablo nos vamos todes.
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¡Arrepiéntanse ahora!