Una tarde de miércoles.- Crónicas de la vida irreal

Una tarde de miércoles.- Crónicas de la vida irreal

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“La vida vale la pena vivirla por unas cuantas cosas, lo demás es pura mierda”. Decir de las gentes.

Dedicado a Gonz


¡Qué calor hacía aquella tarde! No eran ni las tres y el sol aún no estaba en su máximo resplandor; cero nubes en el cielo. Pese al clima, salí en cuanto pude del servicio social, caminé hacia la avenida  y le envié un mensaje a Juan, con quien había hecho planes para  ir a comer mariscos del otro lado del río: -Ya estoy esperando el carro de ruta, llego en 30 minutos-.

Mientras avanzaba apretujado entre desconocidos a bordo de un Grand Marquis de los 80’s, pensaba en el hambre que estaba sintiendo y pensaba en el menú del lugar al que iríamos, mientras miraba por encima del hombro de otro viajante el paisaje urbano de comida rápida que transcurría fuera del auto: hamburguesas, pollo frito, tacos de trompo, comida china, bocolitos… En ese momento llegó el mensaje de respuesta de Juan: – Oye, espérame, estoy ocupado con alguien, mejor te veo a las 4:30, ¿sí?-.

“Imposible”, pensé. Ya iba en camino y mi apetito también iba en aumento, sin embargo no podía llegar al departamento de Juan. En código especial entendí que estaba “ocupado” cogiendo “con alguien”. No tuve remedio: seguí de pasajero hasta el final para darme unas vueltas por el centro de la ciudad caminando y esperar a que Juan terminara de fornicar con algún desconocido. – Ok- respondí.

Sin embargo, apenas di unos pasos en mi paseo para matar el tiempo, me percaté de que no había tomado en cuenta el calor de aquella tarde juniana y la humedad del mar y el río tan cercanos, y se me derretía el rostro y me agobiaba y el sudor me caía en los ojos, y cuando me detuve frente a una cerca de alambre y vi a través de los rombos que ésta formaba, un parque con unos cuantos niños jugando bajo el sol abrasador, me sentí Sarah Connor en el Día del Juicio Final y entonces pensé: – ¡Qué chingados!, pues que Juan se apure a echar pata- y me fui directo a su casa. No sería la primera vez que me enterara, por presenciarlo, de quiénes eran los interfectos a los que Juan les practicaba su masaje especial de ano con el pene. Me compré un agua de jamaica con limón y me fui rápido por la sombrita para no descomponerme más.

Pero conforme la bolsa de agua fresca iba pasando de mi mano a mi vejiga, cada vez más fue la prisa en llegar al depa de Juan, así que a paso veloz me dirigí al lugar. Llegué un poco antes de la hora pactada al final y toqué desesperadamente la puerta: – ¡Abre que me meo!- grité sin importar quién escuchara, además de Juan.

-¡Goooeeey!- entreabrió el anfitrión la puerta, sin quitar el seguro y apenas enseñando los ojos.

-¡Ábrele que me vengo meando!, ¿todavía estás cogiendo?- increpé y empujé la puerta.

– No, pero…- Titubeó.

– ¡Déjame entrar entonces, que ya no aguanto!

– Güey, tengo que decirte algo.

– Sí pero dime mientras hago pipí.

– No puedes usar el baño.

-¿Qué? ¿Por qué no? Déjame entrar ya o me orino aquí afuera en la maceta- Lo amenacé.

– Güey, que conste que te advertí que no se puede usar el baño- Juan quitaba por fin el cerrojo.

Vi entonces que estaba en toalla y, conforme más abría la puerta, más se abrían mis ojos ante la escena que presenciaban.

El departamento de Juan, en realidad era un cuarto, un enorme cuadro de ocho por ocho metros, con pisos y paredes blancas, ventanas hasta arriba, porque en esa parte del centro de la ciudad no hay nada que ver, un fregadero y una barra por un lado, la puerta de entrada a un costado, la del baño en el otro extremo y una salida a un minúsculo lavadero donde sólo a cierta hora del día daba el sol.  En el centro del espacio una cama matrimonial cubierta por sábanas blancas y las cosas de Juan diseminadas por todo el espacio restante.  

Pero no era el desorden lo que sorprendía a mis ojos, sino la gigantesca, oscura y densa mancha de mierda que había en el medio de la cama blanca.

– ¿Te cagaste?- Fue lo primero que me vino a la mente.

-No güey, no fui yo, fue el vato que se acaba de ir- Respondió de inmediato Juan.

– Pero ¿cómo?- Mis ojos no terminaban de recorrer la escena, que no finalizaba en la cama, pues la cagada formaba un sendero hasta el baño. Gotas pequeñas, gotas grandes, marcas de pisadas, todo adornado por una pestilencia que era lo único que me impedía estar boquiabierto delante de aquél batidero de caca.

-Güey, se cagó encima de mí- Reveló Juan al tiempo que se quitaba la toalla y me mostraba  toda la mierda embarrada en su entrepierna, de la cintura a las rodillas.

-¡¿Qué?! ¿Eres coprofílico? ¿Qué chingados te pasó?- continué en mi asombro, mientras mi atención se dirigía hacia el baño para ver si podía orinar, pero no: adentro el sendero de gotas de diarrea literalmente era un camino pavimentado de cagada. Ahí no  me iba a meter, había mierda hasta en la regadera.

-Lo único que no me embarré de mojón fue la verga porque traía condón.- Repuso Juan.

Pasé de largo y me fui directamente a mear sin pedir permiso y a tomar aire en el espacio del lavadero, mientras escuchaba la explicación de Juan.

-Güey, era un chavo normal, chaparrillo.

– ¿Lo conozco?-

-No creo, trabaja en la refinería, es de San Luis. Me lo estaba cogiendo en la cama con las piernas de él en mis hombros y todo estaba bien, bueno, casi bien, ya me imaginaba que me iba a cagar el palo, pero  no a qué nivel.

Yo ya me había trepado al lavadero para tomar aire más fresco pero seguía escuchando a Juan.

-Entonces cuando nos venimos, todo súper padre, besitos y arrumacos, pero luego saqué mi pito de su culo y fue como destapar una coladera. El vato comenzó a cagarse en mis piernas, en mi cama, ¡se estaba cagando en mí! como una fuente de diarrea, yo estaba congelado, me quedé petrificado, el güey se paró y se fue al baño y en el camino seguía escurriendo caca por sus piernas y se metió al baño sin detener el chorro que se le escapaba entre las nalgas y se sentó en el escusado, ¡el güey siguió cagando!, escuché sus pedos, ¡lo escuché pedorrearse!, luego se metió a la regadera,  se bañó, agarró una toalla limpia, tuvo mucho cuidado en no pisar otra vez la caca que él mismo había batido, se vistió ¡y se fue!

-¿Qué? ¿Así nomás?

-Sí y ¿sabes qué fue lo que el puto me dijo antes de largarse?.

-¿Qué?

– “¡Uf!  no mames, fue lo más rico que me han hecho en mucho tiempo”. Hazme el chingado favor- remató Juan decepcionado, rendido, cagoteado, sólo respondí con más interrogantes.

-¿Lo más rico? ¿Lo más rico fue que le destaparas el fundillo?

Ante aquel cagadero y la amistad de Juan, no tuve más que prestarme a ayudar para limpiar la escena del crimen. Juan medio aseó primero el baño para ducharse, yo lo esperaba en el lavadero mientras  él barría, arrojaba detergente y utilizaba un jalador para retirar el caldo  de heces que le había dejado su conquista de aquella tarde.

Luego intentamos salvar el colchón, tomé todas las sábanas y ropa que tenía caca y lo puse dentro de una bolsa, ¡directo a la basura!  Movimos la cama. Le echamos cuantos productos tuvimos disponibles para quitar la mancha, ¡el olor!, fecal, penetrante y tropical ¿Qué mierda comió el vato? Para vencer el hedor: detergente, suavizante, lavaplatos, cloro, bicarbonato… la voluntad no paró. Tallamos y tallamos sin éxito contra la mancha de popó humana, el colchón se quedó esperando su momento de sol en el lavadero y dispusimos con cobijas limpias un lugar donde dormir para Juan sobre la base de la cama. Hasta le ofrecí mi casa con tal de no tener que continuar por la tortura de limpiar todo ese excremento. – Toma lo que no esté manchado y tratemos de empezar lejos-  le había dicho bromeando.  Al final y tras muchas arcadas e intentos de vómito,  reímos sobre el olor a baños de central de autobuses, mezcla de hedores pedorríficos con Fabuloso, que había quedado en su hogar rebautizado entonces como “cuchitril de mierda”.

Aún con la hediondez que ya traíamos pegada en las fosas nasales, nuestro buen ánimo no decayó y pensamos en ir a comer algo y tomar aire fresco o que no oliera a pedo. En el camino le pregunté a Juan.

-¿Y al menos está guapo el cagón?

A lo que de inmediato respondió.

-Pues, no está feo, tiene 20 años,  buen brazo y buena nalga, es moreno pero no es chacal, se peina medio emo, la tiene chiquita pero gruesesilla y cabezona, está lindo y va al gimnasio de aquí cerca, de hecho, me dijo que vive justo por aquí.

No terminó Juan de decirme por dónde vivía el desmierdado, cuando al dar la vuelta en la esquina lo divisó y lo señaló discretamente.

-¡Íralo, íralo! ¡ahí está!

El que se volteó al revés en casa de Juan estaba parado sobre la acera a unos 50 metros y se le notaba impaciente.

– ¡No mames!, ¿Qué está haciendo ahí? ¿Se vende o qué? Güey ¿te echaste a un prostituto?- No paraba yo en cuestionamientos.

En ese momento, un hombre visiblemente mayor se acercó, se saludaron como quienes se saludan por primera vez en la calle, el chico cagón detuvo un taxi y se fueron.

-¡Noo mameees!- nos quedó perfecto el coro a  Juan y a mí estupefactos.

-¿Crees que vaya a casa del ruco ese a cagarle el palo? – Se preguntó Juan de inmediato desconcertado y creo que incluso un tanto celoso, entonces le respondí.

-No creo que le quede más mierda, toda te la dejó a ti.

FIN

 

 

Por Odiseo Valle de Heras

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