Despreciable homofóbico:
Aprovecho este contexto donde se habla tanto sobre el perdón para hacerte saber que pese a todo tu odio, tu ira, tu falta de conocimiento y sentido común (que se traduce como ignorancia), he decidido perdonarte.
Ejerzo mi perdón sobre ti, porque a diferencia tuya, yo si soy capaz de perdonar en lo profundo.
Aclaro que perdonar no implica olvidar: al contrario. Perdonar significa aprender y como, sin que yo lo pidiera, pasando encima de mis derechos, de mi intimidad, de mi integridad, me has hecho aprender mucho porque he sido depositario histórico de tu insensatez, aunque no con ello te daré el gusto de considerarme tu víctima.
Confieso que mucho tiempo me sentí triste, furioso y dudoso porque creía que tu aprobación era importante, como si fuera indispensable en esta vida adaptarse a tu moralidad, pero después de mucho meditar, he dejado atrás de mi nube de rabia y en el proceso de aterrizaje, perdonar comienza a tener sentido:
En el ejercicio de mi perdón, el que aprende, el que crece, el que madura y el que tiene la posibilidad de gozar la vida, soy yo, y como tu perdón es condicionado, limitado, castrado y antepone condiciones, sólo refuerza tu propia prisión. Te perdono porque puedo dame el lujo de hacerlo; porque tu odio no vale mi tranquilidad y ya no me da la gana sacrificarla:
¿Por qué tendría que renunciar a mi libertad sólo porque, escudado en tus cuentos e historietas pretendes dictar los modos y maneras de vivir mi vida?
¿Por qué debo renunciar a mi bien dormir?, ¿a mi conciencia?, ¿a mis costumbres?, ¿a mis gustos y placeres?
¿Por qué debo enojarme cada vez que me haces saber que no te gusto o que me atacas o que bloqueas mis proyectos o que quieres hacer mi vida miserable?
¿Por qué? ¿Para que puedas conciliar el sueño creyendo que haces el bien?
En tu ignorancia, en tu constipación mental, en tu retrógrada ideología y con toda intención, me declaraste la guerra y ésta, como cualquier otra guerra, sólo puede acabarse cuando alguna de las partes actúa desde el sentido común y la razón. Reconozco que eso en ti es imposible así que decidí tomar la iniciativa.
Sé que en tu infinita soberbia, jamás entenderás lo que significa el acto de perdonar, y no podrás saberlo porque nunca has aprendido a ponerte en los zapatos de los demás ya que has introyectado tanto tu egoísmo, que has reducido a tu prójimo a sólo un montón de gente incómoda que pretendes mantener allá lejos, donde no te estorben y a quienes, en tu juicio los más desfavorecidos (como si necesitáramos de tus favores), ayudarás con algunas limosnas para no sentirte mal, y eso se llama avaricia.
Tu perdón nunca será igual al mío. Tu perdonas a partir de hacer juicios; yo perdono para deshacerme de ellos, y cuando me juzgas, no estás definiendo quién soy, sino quién eres tú.
Juzgar, es compararse, ¿Y como para qué compararte conmigo? Es muy claro que somos diferentes en algunas cosas (en lo demás, somos exactamente iguales) pero compararte y pensar que eres superior a mí por cualquier razón y bajo cualquier argumento, es un acto por demás estúpido.
No te perdono por obligación ni como parte de una penitencia. Te perdono porque planeo trascender mi enojo hacia un estado de paz: quien perdona se libera, descansa y es libre: Si, pretendo liberarme de ti y no espero que lo entiendas.
Perdonando dejo de sentirme agredido y humillado por tus ataques y entonces, tu odio y tus insultos dejan de ser tener significado y puedo dejar de permitirte hacerlo.
Mi perdón remueve resentimientos y malos recuerdos que transforma en aprendizaje, que no es sinónimo de conocimiento, sino sabiduría: me convierto en dueño absoluto de mis actos, de mis palabras, de mis gestos, pero también de mis placeres, disfrutes y gozos, y con ello se alejan para siempre las culpas y aclaro que no por perdonar voy a dejar de ser quien soy o hacer las cosas que hago. Al contrario, como soy libre de ti, mis actos dependen solamente de mi deseo y sólo podrán estar limitados por mi conciencia (no por la tuya, si es que la tienes).
Sé que tú nunca podrás perdonar de la misma manera que lo hago yo: ello requeriría un examen de conciencia tan profundo, que terminarían por aceptarme y darme la razón, y no: tú no quieres liberarte de nada. Te gusta tanto jugar a la culpa, que te has amarrado firmemente en ella y la has convertido en el alimento de tu dios. Has exportado tanto tu sistema de culpas que hoy día, una sociedad que podría ser libre, se ha vuelto extremadamente limitada, llenándose de culpas por nimiedades como: subir de peso, ejercer la sexualidad en libertad, ser indecentes o impropios y por supuesto, por no ser lo que se espera que sea (y tus exigencias son tan altas, que nunca lo vas a lograr).
Perdonar significa lavarme todo ese culperío absurdo. No se trata de taparlo ni enclosetarlo, se trata de tener la posibilidad de ponerme es tus zapatos, a sabiendas de que has demostrado ser incapaz de ponerte en los míos, y desde ahí mirarte en tu pequeñez.
Y bueno, ya que tienes mi perdón, por mí puedes seguir asomándote a mi intimidad y pensando mal de ella; puedes escandalizarte por mis gozos que a tus ojos son atroces; puedes seguir retorciéndote en tu insípida y aburrida moralidad y condenándome a tu infierno que, afortunadamente en tu eterno e infinito egoísmo, está reservado sólo para ti.