Joaquín Hurtado: Una charla sincera con un sobreviviente de la pandemia del...

Joaquín Hurtado: Una charla sincera con un sobreviviente de la pandemia del VIH

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Iván Trejo, editor y redactor jefe de Ediciones Atrasalante, junto al escritor y poeta regiomontano, Joaquín Hurtado Pérez. (Fotografía cortesía de Kike Acosta).

MONTEGAY.- La presentación del libro «Vuelta Prohibida», a través de Ediciones Atrasalante, se realizó el martes 15 de mayo. No fue coincidencia que se decidiera celebrar a Joaquín Hurtado, autor del libro y educador de profesión, en este día de asueto nacional por ser el día del maestro.

La cita era en un restaurante/bar, dentro de un ostentoso edificio en el municipio más ostentoso de Nuevo León: San Pedro. Llegué una hora antes de la indicada, pues quería observar los alrededores. Una alfombra roja, varios tomos de «Vuelta Prohibida» meticulosamente acomodados sobre una mesita en la entrada del lugar, un escenario listo para llevar a cabo una presentación, un pastel, e incluso una línea exclusiva de mezcal, producido únicamente para celebrar el evento.

Joaquín llegó a las 19:20, y nuestra cita para la entrevista era a las 19:30. Apenas arribó, no escatimó en saludos y sonrisas: fotos por aquí y selfies por allá. Preguntó de inmediato por quien le entrevistaría, y fue cuando tuve oportunidad de conocerle.

Entramos al restaurante para realizar la entrevista, que terminó convirtiéndose en una plática sincera. Y entre risas y anécdotas, ambos nos ofrecimos una amistad sincera, la cual permitió que el diálogo fluyera con naturalidad.

«Vuelta prohibida» es una antología de diferentes obras de Joaquín Hurtado Pérez, a través de Ediciones Atrasalante, cuyo editor y redactor jefe es Iván Trejo. (Fotografía cortesía de Kike Acosta).

Entrevista con Joaquín Hurtado Pérez

Dentro de la literatura mexicana, han existido personajes que han forjado la identidad cultural, y social, de las lecturas obligadas para que la diversidad sexual en México entienda su propia historia: desde Salvador Novo, hasta Nancy Cárdenas y Carlos Monsiváis; a través de crónicas e historias urbanas, que narran las ocurrencias y vivencias de la diversidad sexual en México. En «Vuelta Prohibida», nos encontramos con una antología rica en emociones: desde relatos de cómo se vivía la homosexualidad, a finales de la década de 1970, y a principios de la de los 80; hasta cómo fue que usted mismo, de manera abrupta, fue diagnosticado como portador del VIH. Después de tanto años, y de tantas experiencias, ¿cómo es que surge «Vuelta Prohibida»?

Joaquín: Yo empecé a hacer mis crónicas como podía y cuando podía, a mediados de los ochenta, y aunque originalmente mi formación académica es como maestro de educación básica, tengo que admitir, con el respeto que el oficio merece, que nunca me gustó la profesión. Me gusta mucho sembrar semillas de inquietud, y poder transmitir conocimientos a las nuevas generaciones, sin embargo, estar con niños nunca ha sido lo mío: ni como objeto sexual ni como objeto intelectual. Prácticamente, mi mamá y mi abuela me obligaron a estudiar para ser maestro, y también me obligarían a intentar formar parte del sacerdocio, pero como ambos oficios involucraban infantes y de plano no me gustan, tenía que buscar una válvula de escape y, por supuesto, encontré alivio en la literatura y la escritura. En su momento, y estamos hablando de los años 70, nunca se me habría ocurrido definirme como parte de la diversidad sexual: ni siquiera existía ese concepto. Fue hasta 1972, recuerdo bien, que yo escuché por primera vez el término homosexual, y fue por accidente: me encontraba yo jugando voleibol con mis vecinos, en un barrio marginal donde yo vivía, cuando de repente, uno de los más grandes y masculinos, comienza a decir, en tono juguetón, «yo soy homosexual, y tú también». Supe entonces que tenía que saber su significado, pues me parecía muy rara la palabra. Desde muy chico, una forma de sobrellevar el hostigamiento escolar, pues yo era muy flaco, e incluso sensible y frágil; fue a través de la lectura.

A través de la lectura, me aparté de la violencia sistémica que estaba impregnada a mi alrededor, y que se ejercía sobre mí porque yo era diferente, pero no sabía qué me diferenciaba de los demás. Durante mi adolescencia, me tocó crecer en un ambiente sumamente machista y muy homofóbico: desde mi familia hasta la escuela. Pero fui haciéndome de amigos, especialmente varones, que me invitaban a bares clandestinos legendarios aquí en Monterrey: desde «El Ópera» hasta «La Galaxia», y cuando por fin tuve la oportunidad de ingresar a estos lugares, me pareció un mundo de lo más tranquilo. A mí no me tocó este mundo lleno de drag queens, ni de travestis, ni de escándalos: los hombres acudían a estos lugares a tomar una cerveza, a platicar, a ligar discretamente; pero yo no me daba cuenta todavía de esos guiños de complicidad, que se establecían entre hombre homosexuales, para identificarse y proponerse relaciones sexuales.

En cierta ocasión, un amigo de la Escuela Normal Superior, abiertamente gay y extremadamente femenino, nos invitó a mi bolita y a mí a una fiesta. No nos dijo qué tipo de fiesta era, y cuando llegamos, descubrimos que se trataba de un ambiente compuesto por gente de un nivel socio-económico bajo, en su mayoría albañiles, la mayoría con apariencia de hombres rudos, los cuales, al entrar a la vecindad en donde estaba la casa de la fiesta, mantenían toda discreción y virilidad; pero apenas cruzaban la puerta, su rol cambiaba drásticamente: se vestían con ropa de mujer y se hablaban entre sí como si fueran mujeres. De ser un feroz tigre, se transformaban en una frágil mariposa. Esa fue la primera vez que descubrí el ambiente de los travestis aquí en la ciudad, y podría decir que al ambiente trans también, pues muchos hombres no podían expresar su identidad de género en público, por miedo al rechazo y, más que nada, a la violencia.

 ¿Dirías entonces que esa fue tu primera experiencia dentro del ambiente gay de Monterrey?

Joaquín: Sí, definitivamente, esa fue mi primera experiencia con el ambiente gay de Monterrey. ¡Ese fue mi bautizo de fuego!, y yo tendría unos 17 o 18 años, era un chavito. Pero no era un chavito ingenuo.

De izquierda a derecha: Iván Trejo, Jesús de la Garza, Joaquín Hurtado Pérez y Eloy Garza González. (Fotografía cortesía de Kike Acosta).

¿Cómo fue el descubrimiento de tu sexualidad durante la infancia?, ¿alguna vez recibiste comentarios de reproche por parte de tu mamá?, algo asi como, «no cruces las piernas porque eso es de mujeres».

Joaquín: ¡Ay, justo en este momento tengo las piernas cruzadas, estoy bien torcida!, ¡ay!, y pues sí, esos reproches por parte de mi mamá eran inevitables, creo yo por el ambiente católico. Respecto a mi primera experiencia sexual, y te lo comparto porque me encanta compartir esta historia, fue con una mujer. Yo tenía 6 años y ella, una vecina, tenía 8. Ella me violó. Y fue una violación increíble. Supongo que, entre inocencia y curiosidad, a ella le gustaba divertirse con otros niños, o tal vez sólo estaba aburrida. A partir de esa situación, yo comencé a tener mis encuentros con amiguitos hombrecitos: algunas veces nos perdíamos en un terreno baldío, y entre las anacahuitas, los huizaches y los mezquites, jugábamos diciéndonos, «vamos a ver quién se coge a quien», así, directo, porque así son los niños. «Vamos a coger», nos decíamos, pero nada pasaba en realidad, si acaso nos tocábamos por encima de la ropa, pues eran juegos ingenuos e inocentes que nunca llegaban a la penetración.

Eso fue de niño. En mi adolescencia, fue cuando yo afiancé mi sexualidad: supe que me sentía fuertemente atraído hacia las mujeres. Mi evolución sexual ha sido muy extraña. Hasta la fecha estoy casado, y llevo una vida muy feliz, con una mujer. Tengo también un hijo. Eso sí: admiro mucho la belleza masculina, y admito que Jean Genet me ayudó a saber eso, pero yo me considero voyerista, pues me satisface nada más mirar. La simple presencia de hombres rudos me encanta. Así, el estereotipo de hombre rudo: policías, traileros, militares, albañiles, mecánicos con su mezclilla sucia de ese color negro…

Le gustan los chacales, pues.

Joaquín: ¡Cling!, sí, la raza de bronce. Prácticamente soy un voyerista incurable.

Dentro de «Vuelta Prohibida», casi al final del libro, profundizas sobre tu relación con tu esposa. Mencionas, de manera específica, que «mi mujer es mi farsa». ¿Cómo es que después de tantos años has podido mantener esta farsa?

Joaquín: Me considero un perfecto bisexual. Después de la irrupción del VIH en los ochenta, en esta ciudad tan hipócrita y conservadora, y a través de la educación sexual que fui recibiendo con los años; me di cuenta de toda la gama de colores que componen al arcoíris. Soy admirador de la historia gay: desde Stonewall hasta Wilde, y gracias a toda esta información, me di cuenta que mi orientación sexual cabía dentro de la bisexualidad. Me di cuenta, también, que había días en los que me sentía plenamente homosexual, y que había otros días, en los cuales me sentía más atraído hacia las mujeres. Todavía no me queda clara mi sexualidad, te soy sincero. Me siento libre, eso sí.

Y es que después de tantos años de tremenda e insaciable cachondez, te estoy hablando de cuando tenía entre 20 y 45 años, le di vuelo a la hilacha. Fui y vine muchas veces. Y una de mis mejores amigas, mi fiel cómplice de todas mis aventuras sexuales, fue precisamente mi mujer. Nuestro matrimonio está basado en una fuerte amistad. En cierta ocasión, saliendo de un cine porno llamado «Cine América», en donde había chacalismo, trasvestismo, y todo lo que te imagines; abordé directamente el tema con mi esposa, y le dije: «oye, a mí me gusta meterme con varios». Ella me respondió: «no hay problema, siempre y cuando mantengamos esta confianza y esta misma comunicación».

Eso prácticamente derribó todas las barreras entre nosotros. Ella decidió tener un hijo. Ella me insistió. Yo me negaba.

En «Vuelta Prohibida» también mencionas que, durante el labor de parto de tu esposa, ella sentencia: «si lo tengo yo no hay problema, no me importa. Pero si lo tiene mi hijo, te mato». ¿Esto ocurrió tal cual?

Joaquín: Por supuesto. Y ella, sin nombrarlo, se refería al VIH. Estamos hablando de una época en donde no había esperanzas ni información. Todo era amarillismo. Era un terrorismo, nadie se quería admitir gay. «El Ópera» y todos estos bares gay, se vaciaron de repente. Prácticamente, la gente se deslindó del ambiente gay porque eran satanizados. Las primeras campañas de prevención fueron ciudadanas, el gobierno intervino muy tarde, y lo hizo de una manera inoportuna. Y fue por nuestra insistencia y nuestro activismo, que el gobierno decidió actuar. Nosotros teníamos que luchar contra la homofobia. En Estados Unidos había un eslogan, que a mí me sigue encantando: «Homophobia Kills». Y sí, la homofobia mata, pues la homofobia es pura ignorancia, y la ignorancia mata. No fue sino hasta que las perras más perras, hasta que las lobas más aulladoras, le pusieron un alto a tanta hipocresía por parte de la sociedad. Dijeron, «basta, basta de tanta desinformación. Y basta de pedirnos abstinencia: porque si nos vamos a morir, nos queremos morir ensartadas en una buena verga».

Fuimos de los pocos mexicanos que abordamos el tema del VIH en Monterrey. Entonces, a principios de la década de 1990, surgen estos lugares como «La Casita», de mi amigo Abel Quiroga. De hecho, él y yo creamos el primer cuarto oscuro aquí en la ciudad, pero no funcionó: íbamos puras comadres, y aunque nos veíamos encueradas, no nos excitábamos, pues era como estar entre hermanas. Y las hermanas no se cogen entre sí. Eso no pasaba por nuestro deseo. Nos dimos cuenta que necesitábamos este tipo de lugares, pues aquí podíamos hablar sobre el tema…

Y promover el sexo seguro.

Joaquín: Exacto. Todo inició con los grupos focales, pues necesitábamos saber qué es lo que queremos como diversidad sexual. Es necesario acercarse con todas y todos para saber qué es lo que tenemos en común. Entonces, esa mezcla explosiva de prevención y de sexo sadomasoquista, terminó siendo una combinación feliz. Parecía que habíamos dado en el clavo, pues logramos dar en el resquicio donde se estaban dando las infecciones de transmisión sexual.

Esto que dices, es una prueba de la importancia que tiene el control de estas actividades. Es un caso exitoso, si me permites decirlo, en donde se informa, y al mismo tiempo, se brindan espacios seguros en donde se pueden desarrollar prácticas sexuales consensuadas. Al informar a las personas, y al llevar un control de estas prácticas sexuales, es como realmente se pudo incidir en la lucha contra la desinformación sobre el VIH. En especial a perderle el miedo al sexo. Es como con las y los trabajadores sexuales: si existiese un control de este oficio, se promovería el sexo seguro, y dejaría de ser un trabajo de alto riesgo, en el tema de prevención de enfermedades.

De izquierda a derecha: Jesús de la Garza, Iván Trejo, Joaquín Hurtado, el gerente en turno del restaurante/bar, y Eloy Garza González. (Fotografía cortesía de Kike Acosta).

Joaquín: Así es. El modelo funciona. Y le dimos mucha batalla al conservadurismo. Más allá del Estado de México y Veracruz, Nuevo León tiene lo suyo. Somos un estado muy conservador. Y a varios empresarios y burocráticos con poder, pesos pesados, los vencimos, les doblamos la mano. Sin embargo, y adelantándome en el tiempo, quiero compartirte que recientemente acudí al funeral de un muchacho de 22 años, el cual falleció por complicaciones del VIH, y me surge la pregunta, ¿cómo es posible?, nosotros los supervivientes del VIH, llevamos más de 30 años luchando contra la desinformación. Estamos hablando de un chico de 22 años, que falleció complicaciones del VIH, cuando la enfermedad surgió hace más de 30 años. ¡Ni siquiera había nacido cuando nosotros estábamos luchando de cara a cara al monstruo! Y el monstruo no era el virus en sí, era el miedo. El miedo a la crítica. A la pregunta de, «hijo, ¿cuándo te vas a casar?», a los comentarios pasivo-agresivos «no quiero que seas gay porque no quiero que sufras», ese discurso que aún está presente, es lo que lleva a nuevos casos.

Algunas personas creen que por no considerarse homosexuales, bisexuales, etc; están exentas de toda posibilidad de contraer el VIH. «No, no, yo no soy gay, y si no me junto con gays, no me puedo infectar del VIH». Algunos padres condenan el uso de condones todavía.

Volviendo al muchacho de 22 años, tuve la oportunidad de platicar con su familia. Mi esposa estaba presente. El papá del fallecido, entre lamentos, dijo: «desde que supe que mi hijo era gay, yo sabía que mi hijo se iba a morir de eso, de SIDA». ¡Tras!, que salta mi esposa y le dice de manera contundente: «no señor, usted está muy equivocado. Yo tengo amigos gays, que han tenido entre mil quinientas y dos mil parejas sexuales, con gente desconocida, y que gozan de perfecta salud. Se podría decir que han buscado infectarse con el VIH y han salido bien libradas, porque todas estas locas están sanas. Lo que mató a su hijo fue este discurso. A su hijo lo mataron sus prejuicios». El señor, entre lágrimas, aceptó los comentarios. Y es que en realidad, el problema de todo esto fue la madre del chavo: su mamá había fallecido años antes, y entre sus últimas palabras, nos contaría el señor más tarde, su mujer le dijo «me duele mucho irme de este mundo sin haber visto a mi hijo convertido en un hombre de bien, con una mujer». Prácticamente ser gay es un ser satánico. Ella le echó la maldición. Homophobia kills. Esto no ha desaparecido. Y aún existe esta desinformación, ¿por qué sigue habiendo tanta incidencia entre hombres con preferencias homosexuales? A pesar de que hay condones a morir, y que hay campañas mundiales al respecto, hombres y mujeres siguen infectándose en las grandes metrópolis.

Y es que este tema en especial, se presta a malas intenciones. Se dice que se hace, pero no se hace nada. Ahí tienes como ejemplo a la marcha, a la cual en un principio yo me opuse: porque sabía que la marcha gay se iba a politizar, y que se convertiría en un imán para grandes compañías, asociaciones civiles y ONGs, y que varias personas querrían hacer sus negocios sucios con ella. La marcha gay es un negocio.

Sí, la marcha gay es el negocio de unos cuantos, eso no es nuevo. Ya concluyendo, porque se nos acaba el tiempo, ¿algunas palabras con las cuales le gustaría cerrar esta entrevista?

Joaquín: Jamás hay que bajar la guardia. Es posible vivir una vida dichosa, plena, libre de violencia, siendo quien elijas ser. Tenemos que hablar sobre lo que nos gusta en la alcoba. Si no nos decimos qué nos gusta, qué nos llena de placer, entonces no le estamos haciendo justicia a las figuras anónimas que estuvieron antes que nosotros, mucho antes de Wilde, que han sufrido las consecuencias de ser diferentes. Y ahora existen muchas redes de apoyo, redes sociales en las cuales podemos apoyarnos.

Mi mujer me sigue diciendo, «¡oye no, no andes volteando a ver señores cuando vamos al supermercado!». Ay, yo le digo que eso es inevitable, la belleza existe en todos lados. Vida sólo hay una, y por las generaciones que vienen, debemos luchar, porque nadie nos dará las cosas gratis. Tenemos que luchar por nuestro derecho a ser felices.

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Agradecimientos especiales a Kike Acosta por las fotografías, y a Iván Trejo, redactor jefe de Ediciones Atrasalante, por las consideraciones. 

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