No fue Antonio Banderas, ni Oscar Isaac, Andy García, Benicio del Toro o Diego Luna. Aunque muchos no lo sepan, la primera gran estrella latinoamericana de Hollywood fue un mexicano llamado Ramón Novarro.
Detrás de esta atractiva estrella del celuloide, se encuentra una macabra y trágica historia que ha engrosado las leyendas y los mitos urbanos de Hollywood.
José Ramón Gil Samaniego nació en Durango, México el 6 de febrero de 1899. Nació en el seno de una familia aristocrática emparentada con las divas del Cine Mexicano Dolores del Río y Andrea Palma.
La Revolución Mexicana llevó a Ramón y su familia a instalarse en los Estados Unidos. El evidente atractivo físico de Novarro (según los cánones de belleza masculina de la época, muy refinados por cierto), llamó la atención de la actriz Alice Terry, quien recomendó a Ramón con su marido, el cineasta Rex Ingram.
En ese momento, los Latin Lovers estaban en boga en Hollywood gracias al italiano Rodolfo Valentino (1895-1926), quien había alcanzado gran éxito internacional realizando una serie de películas y personajes donde remarcaban su “exótica” belleza.
Ramón debuta en el cine hollywoodense en 1917 y fue publicitado ampliamente como “rival” de Valentino. Luego llegaron otros Latin Lovers a Hollywood (como Antonio Moreno, Ricardo Cortez o Gilbert Roland), pero el primero en disputarle la corona a Valentino fue Ramón.
Su fama se acrecentó cuando Valentino murió de peritonitis en 1926, pues Novarro fue nombrado su “legítimo sucesor”.
Tuvo un éxito inaudito durante la década de los 1920s y principios de los 1930s.
Novarro, actuó en películas míticas (la mayoría ya perdidas) como The Prisioner of Zenda (1922), Ben-Hur (1925), The Student Prince (1927), Across to Singapore (1928), The Pagan (1929), Mata Hari (1931), The Barbarian (1933) o Laughing Boy (1934), entre muchas otras más, alternando con divas como Joan Crawford, Norma Shearer, Greta Garbo, Myrna Loy o Lupe Vélez
. En México sólo filmó la cinta La Virgen que forjó una patria (1942), donde interpretó a San Juan Diego.
Ya para la década de los 1940s, su fama se había dispersado y solo actuaba de manera esporádica, gozando de una generosa fortuna lograda por sus años de éxito y sabias inversiones en bienes raíces.
Lo que todo mundo murmuraba, en sus años de gloria, era su homosexualidad. A pesar de los intentos de los estudios de “arreglarle” romances con diversas actrices y hasta de casarlo, Novarro se consolaba en los brazos del compositor Harry Partch o del publicista Herbert Howe (quien fue su pareja por varios años).
Incluso se rumoró sobre una supuesta relación entre Novarro y Valentino en sus años de gloria y rivalidad. Se dijo incluso que el generoso Valentino le obsequió a su apuesto amante un dildo art decó hecho de grafito y piedras preciosas.
Sin embargo, Ramón era practicante ferviente de la fe católica. Según algunos de sus biógrafos, su sexualidad le provocaba un sentimiento de culpa y ansiedad.
Novarro todavía aparecía de forma esporádica en pequeños roles en películas y series de televisión en los 1950s y 1960s.
Pero su vida sería marcada por la tragedia. El 30 de octubre de 1968, Novarro contrató los servicios de dos jóvenes sexoservidores, los hermanos Paul y Tom Ferguson.
Una vez en casa, un Novarro completamente ebrio, alardeó sobre su fortuna y mencionó una caja fuerte llena de dinero y joyas, despertando la avaricia de sus jóvenes acompañantes.
Los criminales en realidad no eran gays, sino trabajadores sexuales profesionales.
Al calor de las copas, se cuenta que Novarro tuvo relaciones con Paul, más cuando intentó besar en los labios a Tom, despertó en él una furia incontenible.
Ambos hermanos golpearon y torturaron brutalmente a Novarro quien, alcoholizado como se encontraba, pereció asfixiado con su propia sangre.
En el espejo del baño apareció la leyenda: Las chicas son mejores que los maricas, escrita con la sangre del actor. Lo peor para los asesinos es que en la caja fuerte solo hallaron un botín de 5000 dólares.
El macabro caso impactó al mundo. Los asesinos fueron capturados y sentenciados a largas condenas de prisión, pero fueron liberados rápidamente en circunstancias absurdas y poco claras.
Ambos fueron arrestados tiempo después por otros delitos, e incluso cumplieron condenas más largas por delitos menores, que por el terrible asesinato del actor.
Por supuesto la prensa amarillista se dio un festín y comenzaron a filtrarse todo tipo de historias acerca de la tragedia.
La más grotesca fue aquella que decía que los criminales habían asfixiado a Novarro introduciéndole en la garganta el famoso consolador de grafito que Valentino le había obsequiado décadas atrás.
Este horrendo y morboso cuento fue utilizado por el escritor Kenneth Anger en uno de los volúmenes de la saga Hollywood Babylon (1975), famosa por novelizar, de una forma grotesca e infundada, muchas muertes trágicas de celebridades de Hollywood (como Lupe Vélez, Jayne Mainsfield o Marilyn Monroe).
Resulta curioso que ningún cineasta de Hollywood o de otras industrias, se haya interesado en plasmar la historia de Ramón Novarro en una biopic.
Sería un proyecto muy interesante. Pero no por su brutal crimen, sino por abordar la forma en que se vivía ( y se sufría) la homosexualidad en ese momento de la historia, entre el escándalo, la represión, el fanatismo religioso y la mentira, como si una sexualidad diversa definiera la calidad de un ser humano o de un histrión. ¡Mejores tiempos vivimos ahora!
LECTURA SUGERIDA:
*Frank Javier García Berúmen: “Ramón Novarro: The Life and Films of the First Latino Hollywood Superstar”, Editorial Vantage Press, 2001.