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Adentrarse en temas de sexualidad en El Salvador es un desafío que pocos autores se han atrevido a realizar. Debido, principalmente, a la connotación de tabú que se le ha designado a esta temática por parte del pensamiento conservador. Además, se debe de reconocer la existencia de mecanismos de presión cultural y política que se ejercen para ocultar el cuerpo, el género y la sexualidad de los discursos públicos, académicos y oficiales, dando como resultado una reducida producción académica sobre esa temática.

La situación anterior no es por un acaso o por una simple casualidad, sino que es reflejo de un proceso de jerarquización sexual, en donde lo heterosexual se vuelve el modelo hegemónico con lo que se mide todo. En nuestro contexto el modelo heterosexual se encarna en el macho. Esta identidad se construye por negación a todo aquello que se relaciona a lo femenino, lo que se transforma en su opuesto. Todo aquel hombre que no logra realizar un performance del ideal de macho es remitido a un lugar secundario o terciario. Siendo designado con adjetivos peyorativos – injurias – para marcarlo como una persona de segunda categoría. Sobre estas injurias vamos a discutir en este texto en contexto salvadoreño.

El proceso de construcción de categorías de identidad que degradan a los hombres que no logran cumplir con el ideal de macho, se puede decir que es un proceso del pensamiento occidental. Esto se aduce debido a que en el interior de las culturas indígenas, para nuestro caso Los Pipiles, únicamente realizaban una distinción entre el cuiloni y tecuilonti adjetivos que calificaban a un hombre de acuerdo al rol que desempeñase en una práctica sexual entre dos hombres, y no necesariamente esta designación marcaba su identidad personal negativamente.

Con los procesos de invasión colonial, las construcciones de nuevas identidades sexuales se posicionan al interior de nuestro territorio. Así desde la Iglesia Católica presenta al sodomita como un monstruo que no debe de existir en los nuevos territorios y se crea la figura jurídica del “pecado nefando” para punir con la hoguera a aquellos hombres que practicaran esa supuesta actividad sexual contra natura. No obstante, son interrogadoras las palabras del Arzobispo Pedro Cortez y Larraz que en 1770 manifiesta que la Provincia de San Salvador se la conocía como la Sodoma de las provincias del Reino de Guatemala. Esta designación nos hace pensar la existencia de prácticas sexual entre personas del mismo sexo. Ya que al interior del pensamiento religioso se relaciona a Sodoma con prácticas sexuales entre hombres, principalmente. Aunque esta frase requiere mayor investigación y análisis, lo que me parece más interesante para visibilizar es que la homosexualidad no es un fenómeno contemporáneo, ni mucho menos reciente; sino que ha existido a lo largo de la historia de nuestro país pero se ha tratado de ocultar su existencia.

Al interior de los procesos de imposición de la cultura hispánica se construyen diferentes identidades para designar a aquellos que no logran cumplir el ideal de macho. El concepto más suavizado es el de afeminado. Básicamente con este concepto se designa a hombres que tienen ademanes y gestos que parecen ser de mujer. Es un concepto para ser utilizado al interior de un lenguaje más recatado y en contextos sociales donde se limita el uso del lenguaje vulgar.

En contextos menos reglamentados para el uso del lenguaje se crean dos conceptos tradicionalmente utilizados para designar a un hombre que no cumple con el ideal de macho: maricón y culero. Cada uno de esos conceptos remite a la construcción de una identidad subvalorada al interior de una sociedad donde se premia la realización de un performance de macho y se rechaza a todo aquel que no lo logra realizarla.  Estos conceptos son utilizados como injurias para desvalorizar y remitir a un lugar de inferioridad a otro hombre.

En este caso estamos ante una pedagogía de la injuria, por medio de ella se construye la noción de lo que debe ser un hombre y lo que no debe de ser, tanto si es heterosexual u homosexual. Ser insultado como maricón o culero coloca al hombre que recibe el insulto en un espacio de subordinación y en contra posición -al que emite el insulto- en un espacio de dominio y poder sobre el otro. Para romper este esquema de dominación, en la mayoría de casos, se recurre a la violencia.

En los albores del siglo XX una nueva categorización comienza a circular para designar a los hombres que no cumplen el rol heterosexual. La medicina, en este caso la psiquiatría, comienza a utilizar el término patológico de invertido sexual. Esa categoría se relacionaba al diagnóstico de obsesión y como tal se calificaba a la persona como enfermo y como única forma de tratamiento era la reclusión en un hospital, recomendando la práctica cuasi medieval de hidroterapia para controlar esa obsesión.

Por medio del trabajo sexual de calle, sobre todo en las proximidades del mítico salón-bar La Praviana en el centro histórico de San Salvador, se dan a conocer las travestis. Travestí es posiblemente la primera identidad de resistencia contra las injurias socialmente construidas hasta esa fecha. No obstante, el pensamiento conservador remite a esta identidad a una subvaloración de la persona como ser humano. Se considera que al no poder realizar el performance de hombre macho heterosexual e imitando el ser mujer, se puede clasificar a una condición de cuasi no humano. Bajo esa perspectiva se puede comprender el porqué de los procesos de marginación, exclusión y precarización que todas las identidades trans padecen.

En la década de 1980 podemos ver como surgen el concepto gay y homosexual. El primero, gay, es una clara migración de ese concepto desde Estados Unidos. El principal espacio de promoción de ese concepto fue Oráculos Discoteque. En ella, al ser un espacio de encuentro entre hombres gay con mayor poder adquisitivo, muchos comensales conocieron dicho concepto en sus viajes a Estados Unidos y con la idea de construir una Comunidad Gay Salvadoreña, se apropian del concepto y lo utilizan. En la misma época comienza a utilizarse con mayor fuerza el concepto de homosexual. Este se populariza debido a la epidemia de VIH que también El Salvador estaba experimentando al interior de su territorio en plena época de la guerra.

En la década de 1990 circula el concepto de travestido. Este concepto, siguiendo el modelo de la pedagogía de la injuria, intenta hacer ver a aquellos que utilizan la identidad travestí, no es una identidad valida la que intentan construir; sino que es un disfraz o una mascarada que unicamente tiene validez en tiempo de las fiestas de agosto o en el carnaval de San Miguel. Por eso el concepto travestido es una nueva ofensa que se agrupa a los insultos ya existentes.

En el año 2011 se realiza una campaña publicitaria denominada “No me etiquetes”, que pretendía disminuir la homofobia en el país. El pensamiento conservador hace nuevamente uso de sus mecanismos de opresión por medio de la pedagogía del insulto y reconvierte negativamente el slogan y mensaje de la campaña. Así se comienza hablar popularmente del “etiquetado/a” en vez de referirse a la persona por el nombre con el cual se quiere identificar social e institucionalmente. Mostrando como el pensamiento opresor se adapta, se apropia de los conceptos y cambia su significado para mantener y defender los fundamentos conservadores de la sociedad, tal como está pasando en este momento de arremetida evangélica-radical en que se están depositando todos los males de la sociedad en la falacia de “ideología de género”.

La jerarquía sexual, fundamentada en el binomio opresor-oprimido marca las relaciones de poder en las relaciones entre los hombres, en donde todo lo relacionado a lo femenino es objeto y sujeto de opresión. Cuando hablamos de identidades sexuales masculinas disidentes, las que no necesariamente remiten a lo femenino, el machismo lo interpreta como una alteración que desestabiliza el ordenamiento binario sexual y de opresión. Por eso, quién ejerza ese tipo de identidades, según la epistemología de la violencia ejercida en el país, debe de ser eliminado.

Esta eliminación ha adquirido dos formas de expresión: la física y la social. La muerte física es la más conocida. Es el genocidio de más de 540 personas LGBT registrados desde finales de la década de 1990. Son los crímenes de odio que asesinan y matan por sólo el hecho de tener una orientación sexual o manifestar una expresión de género diferente a lo esperado por el modelo heterosexual hegemónico. En cuanto a la muerte social, hago referencia a los comentarios, chismes y rumores que se generan para desacreditar a una persona por su orientación sexual y expresión de género, lo que produce en los contextos sociales una desvalorización como persona, como estudiante, como trabajador, etc, según sea el contexto donde se produzca la injuria que conlleva a esta “muerte social” simbólica.

La politización de identidades sexuales disidentes, bajo este contexto de injurias, su surgimiento representa una ruptura histórica. Esta eclosión inicia después de 1992, pero deberían de transcurrir 17 años más, hasta 2009, para establecerse como actor en la agenda política nacional. Como actores políticos han gastado energías en la deconstrucción de la marginación, la exclusión y la opresión proveniente del imaginario cultural heterosexual hegemónico. Pero esa, es otra historia para contar en otro momento.


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*Amaral Doctor en Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo. Sus líneas de investigación son Estudios de Paz, Violencia y Estudios LGBT en Centroamérica.

Fotografía. Nicolás Rodríguez, cortesía de AMATE El Salvador. Phoebe, Silvana, Saggy y Sophy participan en un desfile de modas al interior de Oráculos Discoteque década de 1980.

Fuente:

___________. “Del cuiloni al homosexual: sexualidades masculinas disidentes en El Salvador entre 1932-1992.” Cultura, Lenguaje y Representación, XV (2016): 119-137. Disponible en: http://www.e-revistes.uji.es/index.php/clr/article/view/2158

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