¡Arriba los novios! ¡Abajo los novios!

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Ayer se dio a conocer la renuncia de Martín Alonso Borrego Llorente, exfuncionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y la Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat), luego de que se convirtió en el centro de una polémica nacional.

Se trató del supuesto uso indebido del Museo Nacional de Arte (MUNAL) para lo que fue percibido como una boda privada lo qjue desató un debate que va más allá de la ética gubernamental: también abre preguntas sobre cómo acciones públicas y hasta privadas de personas de la Comunidad LGBT afectan la percepción del movimiento en México.

Aunque en este caso, se trataría de un acto privado en un espacio público, que fue gestionado por vías institucionales. Son cercanos al poder y se les hizo fácil.

Los hechos

A mediados de septiembre, los trabajadores del imponente y bellísimo Museo Nacional de Arte, ubicado a una cuadra de Bellas Artes, recibieron la noticia de que el 4 de octubre habría un evento de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Según los directivos del museo, se trataba de un acto diplomático solicitado por la oficina encabezada entonces por Alicia Bárcena, ahora titular de la Semarnat.

El evento resultó ser una celebración que incluyó cocteles, vino, bocadillos, arreglos florales, felicitaciones y una sesión fotográfica de Alonso Borrego y su pareja, ahora esposo, en el Salón de Recepciones del MUNAL. Antes de esto, los 70 invitados, mayoritariamente diplomáticos cercanos a la pareja, habían asistido a una misa en la Capilla de los Ángeles, en la Catedral de la CDMX. Sin embargo, Borrego Llorente insistió en que no era una boda, sino un brindis por el cierre del ciclo diplomático de su esposo, Ionut Valcu, número dos de la embajada de Rumania en México.

La narrativa oficial presentó varias contradicciones. Por un lado, Borrego afirmó que el evento era en honor al aniversario 89 de relaciones diplomáticas entre México y Rumania. Sin embargo, también aceptó que hubo referencias a la boda durante los discursos, además de coincidir los trajes y arreglos con una misa previa en la Catedral. Cuando se le cuestionó por qué los arreglos florales, la misa, las felicitaciones y la sesión de fotos sugerían una boda, respondió que «la iglesia no bendice parejas del mismo sexo» y que el evento en el MUNAL era solo una «acción de gracias».

El evento generó críticas por el uso de un espacio público gestionado con un correo institucional. Aunque Borrego justificó que los costos fueron cubiertos por la embajada de Rumania, su narrativa presentó estas inconsistencias, lo que derivó en su renuncia al cargo en la Semarnat y en una ola de cuestionamientos mediáticos.

El evento, aunque controvertido, puso en el centro del debate a una pareja del mismo sexo, sin embargo, contrario a lo que podría esperarse los comentarios homofóbicos, no han dominado la conversación en este caso, lo cual es muy positivo.

No obstante, esto no quiere decir que los detractores del movimiento LGBT se encuentren ausentes, ya que en redes sociales y algunos medios, la narrativa se centró tanto en la posible corrupción como en la orientación sexual de Borrego. Esto muestra cómo los detractores del movimiento LGBT pueden usar situaciones así para reforzar prejuicios, desviando la atención de nuestras demandas sociales hacia críticas individuales y politizadas.

Críticas que pese a estar sustentadas en evidencias, no se sostienen como argumentos contra los derechos LGBT.

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