Por los rumbos de San Lázaro, al oriente de la Ciudad de México, tuvo lugar, en el año 1657, uno de los episodios más crueles contra las personas que en la actualidad, consideraríamos parte de la Comunidad LGBT.
Para nosotros, este terrible momento, sería un crimen de odio y homofobia, el peor que se haya suscitado en México ( O al menos que se tenga documentado).
Sin embargo, para las autoridades y la ciudadanía, se estaba haciendo justicia.
Se trata de la muerte en la hoguera, de Cotita de la Encarnación y de otros 13 hombres homosexuales, los cuales murieron calcinados en la hoguera por órdenes del Santo Oficio también llamado La Santa Inquisición, por el delito de pecado nefando y sodomía. Esta es la historia:
Cotita de la Encarnación, así se hacía llamar, Juan de la Vega Galeano, un hombre mulato de oficio lavandero que habitaba cerca de San Pablo, cerca del barrio de La Merced, en el centro de la capital.
Cotita era muy famosa por aquellos rumbos. Desde su infancia mostró su orientación homosexual. Según las crónicas, desde los siete años de edad, gustaba de travestirse y comportarse de manera delicada.
Sin embargo, según lo que relatan las crónicas, los testimonios de sus vecinos y conocidos decían que era una buena persona, amable y querida por los que le rodeaban.
Era lavandera, y según se cuenta, era muy eficaz en su oficio. Las crónicas lo relatan como «un hombre robusto», quién tenía unos 40 años al momento de su trágico calvario.
A Cotita se le empareja en algunas crónicas con un hombre mayor que él, llamado Juan Correa La Estampa, de origen mestizo. El nombre de Cotita deriva de una forma despectiva utilizada en la época para referirse al hombre homosexual (como el maricón o joto del presente).
Para sus conocidos, no era un secreto que Cotita practicaba el pecado nefando o era sodomita, para utilizar palabras dela época, aunque posteriormente se le consideró «homosexual» y probablemente hoy entraríamos en la duda sobre si en realidad, Cotita, sería parte de lo que hoy conocemos como Comunidad Trans.
En su vivienda, Cotita, tenía una especie de club secreto donde permitía a muchos varones tener encuentros íntimos. Allí acudían hombres de todas las castas, desde españoles peninsulares hasta indígenas y mulatos. Allí se travestían, bebían chocolate y bailaban y cantaban canciones «groseras y subidas de tono» para la época.
Se dice además que Cotita servía como alcahueta y prestaba sus aposentos para encuentros sexuales entre hombres, principalmente de hombres muy jóvenes (algunos incluso menores de edad). Según los relatos, Cotita se refería a estos hombres como «mi amor» o «mi vida».
Nada malo hubiera sucedido de no ser por gente entrometida y ociosa que ha existido siempre. Una mujer lavandera de nombre Juana de Herrera, vecina de Cotita, la descubrió en el acto sexual y decidió denunciar el hecho con Don Juan Manuel de Sotomayor, alcalde del crimen de la ciudad, por el delito de sodomía y pecado nefando (horrible término utilizado por la iglesia católica que, en pocas palabras, significa «el que derrama la semilla en lugares prohibidos»).
Según esta metiche mujer, encontró a Cotita con otro hombre «pegado como los perros»., lo que causó revuelo, motivando al tribunal del Santo Oficioa tomar cartas en el asunto.
La casa de Cotita fue cateada y el y otros 26 hombres fueron aprehendidos. Según la crónica, se les encontró desnudos y cometiendo actos impuros.
Todos fueron llevados al tribunal, donde pesó el testimonio de un hombre indígena, vecino de Cotita, que contó con lujo de detalles las prácticas y costumbres de los acusados.
Se cuenta que el virrey, Don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Albuquerque, inmediatamente ordenó deslindar del escándalo a los españoles, por lo que, de 26 hombres, solo 14 continuaron en el proceso. Todos eran indígenas, negros, mulatos y mestizos. Solo hubo dos excepciones: un joven indígena que fue absuelto por ser menor de edad (se le dieron 200 azotes), y un anciano español al que apodaban «La Grande«.
Cotita y compañía fueron sentenciados a morir en la hoguera. Primero se les exhibió por las calles. La sentencia no se llevó a cabo en el quemadero de La Alameda, pues por ser un delito repulsivo, se les condenó a un quemadero reservado para los peores criminales en San Lázaro.
Cotita y compañía recorrieron atados, semidesnudos, descalzos y a pie varias calles del centro de la capital mexicana, mientras la muchedumbre los insultaba, escupía y humillada.
Ya en el lugar, fueron golpeados con garrotes hasta hacerlos perder el conocimiento; se les prendió fuego y ardieron en una pira toda la noche. Al amanecer, sus cenizas fueron arrojadas a un lago. Hacía más de veinte años que nadie moría por sodomía en la Ciudad de México.
Pasaron los siglos y parecía que la vida y calvario de Cotita habían quedado en el olvido. Pero en el siglo XX, la historia de Cotita y compañía fue descubierta, íntegra, en el Archivo General de Indias, en Sevilla, España. Su historia captó la atención de muchos historiadores y escritores (entre ellos Salvador Novo).
El colectivo LGBT+ no quedó indiferente y poco a poco Cotita ha ganado un lugar como una suerte de mártir en la cruel historia de crímenes y odio contra el colectivo LGBT+.
En 2010, el poeta Luis Felipe Fabre, plasmó la historia de Cotita en su libro Sodomía en la Nueva España.
En 2012, Cotita fue mencionado de nuevo en público en la XI Marcha del Orgullo LGBT+ de Puebla, donde se le mencionó en el obituario como una forma de honrar su memoria y denunciar de manera póstuma su horrendo crimen.
De hecho, suenan rumores de una posible adaptación cinematográfica sobre la vida de Cotita, cosa que sería muy acertada debido al éxito de la película «El baile de los 41» de David Pablos.
La libertad que el colectivo LGBT+ ha conseguido en México debe de celebrarse por muchas razones. Aunque aún hay un largo camino por recorrer, la vida es completamente distinta que hace cuatros siglos.
Para esta libertad, hubo personas que caminó para que nosotros pudiéramos correr. Cotita de la Encarnación fue una de ellas.
LECTURA SUGERIDA:
*Luis Felipe Fabre: «Sodomía en la Nueva España» (2010), Ed. Pre-Textos