
El supremacismo hipócrita o de clóset | Parte 2
En el siglo XX Ludwig Wittgenstein revolucionó la filosofía de la filosofía, es decir la epistemología, o el cómo aprendemos. Una de sus tesis más importantes era que muchos de los problemas filosóficos no tenían respuesta porque las preguntas estaban mal formuladas. Este giro de tuerca llevo a muchos lingüistas y filósofos a cuestionarse el papel de la lengua y su relación con el mundo que esta describe. Así la escuela de Cambrigde tendría sus ecos en la filosofía continental (europea), Sartre por ejemplo sostenía que si no existiera la humanidad, no existiría el mundo, pues no habría quien lo nombrara.
La lengua tiene muchas funciones, no sólo sirve para comunicarnos con otros seres humanos, sino para entendernos dentro y fuera de la sociedad, el mundo y crear vínculos, así pues es la herramienta de mayor importancia de una civilización, pues a través de ella construimos realidades. Muchos son los ejemplos, hay lenguas en las que existen 40 palabras para referirse al agua dependiendo de si esta se encuentra en un río, en un océano, en un vaso o en la lluvia, y hay otras en las que la palabra propiedad no existe, así pues cada lengua es un mundo y una realidad distinta, y por tanto implica una filosofía diferente, con su propias preguntas y sus propias respuestas.
Ahora si pensamos en la lengua como una herramienta que nos permite relacionarnos con el mundo debemos asumir que en ese sentido la lengua es un acto político por naturaleza, como lo es la humanidad. En el caso del castellano, producto del romanceo del latín, es en 1492 cuando el conde Nebrija escribe la primera gramática del castellano, pues según el pensamiento clásico (de tradición grecolatina) un imperio necesita una lengua de imperio, es decir conquistar también a través de la lengua: o lo que es lo mismo imponer una cosmovisión sobre otra. Este dato sobre el castellano podría parecer anecdótico, pero es justamente en 1492 cuando el impero español reconquista Granada y “descubre” América, lo que sumado a la gramática de Nebrija configura a los reinos de Castilla y Aragón como soberanos de le época moderna y la primera globalización.
Hasta aquí parece claro que la lengua es un instrumento no sólo de comunicación, sino de apropiación, ya sea del mundo de las cosas, pero también del mundo de los hechos. Ahora bien, el estudio de la gramática y la sintaxis prescriptivista está supeditado a los productos de estos procesos históricos y antropológicos, sin embargo estos procesos nunca terminan, ya sea la adopción de nuevos vocablos o el uso y desuso de ciertas fórmulas, la lengua está viva en tanto que el mundo en que vivimos, también es el mundo que transformamos y por tanto nuestra forma de entenderlo y relacionarnos con él cambia también.
Como escritor y amante de la gramática y la sintaxis, entiendo el prurito de ciertos sectores que desprecian el uso del lenguaje inclusivo, pero como hombre de mi tiempo entiendo que el cambio es necesario, sobre todo cuando se trata de visibilizar sectores marginados de la historia, como lo han sido las mujeres y las personas no binarias. Actualmente nuestra forma de relacionarnos con la sexualidad y el género han superado las barreras que impone la gramática prescriptivista, por ello es necesario cambiar la manera en la que usamos la lengua.
Por otra parte pedir a la RAE que acepte el uso de ciertas formas es pedirle que se suicide, con esto no quiero hacer una apología de esta institución, sino una crítica, pues la RAE es un símbolo del colonialismo, del supremacismo heteropatriarcal de occidente e incluso de los “nostálgicos” de Franco, cuyo lema era (y sigue siendo) “¡Viva España!”, y que por unidad entendían religión (la católica desde luego), lengua (el castellano sobre el euskera, el gallego o el catalán) y unidad como reafirmación de la dominación castellana católica sobre las demás identidades ibéricas, es decir “la hispanidad”.
Aunque el castellano es una lengua preciosa, lo cierto es que es una lengua colonialista, por cómo nos fue impuesta, machista porque empodera exclusivamente a los hombres (heterosexuales sobre todo), clasista porque establece un castellano “culto” y otro “popular” y supremacista porque detrás de las justificaciones gramaticales pretende mantener su dominio sobre otras formas de pensar el mundo, descalificando cualquier propuesta que la contravenga, muy al modo del Santo Oficio, declara herejes a quienes transforman el mundo desde la palabra.
Y es que en el fondo a estos paladines del purismo de la lengua lo que les molesta no es la mutación de la gramática, lo que les molesta es que su colonialismo se está derrumbando desde la lengua, herramienta con la que todxs nos apropiamos del mundo, pues ahora deja de ser propiedad privada de círculos heteropatriarcales.