La supremacía de clóset III
Actualmente el mundo se rige a través de la meritocracia, que es el régimen en el cual las personas con mayor éxito profesional y logros personales acceden a los trabajos mejor remunerados. Sin embargo tras la ilusión de la superación personal se encuentran las ventajas y desventajas de quienes compiten en un suelo poco parejo.
En México la Real Universidad Pontificia fue cerrada en dos ocasiones, la primera en 1833 por el gobierno de Valentín Gómez Farías y la segunda en 1865, esta vez de manera definitiva. No sería hasta el gobierno de Porfirio Díaz y bajo la dirección de Justo Sierra que la actual Universidad Nacional Autónoma de México naciera como proyecto de nación.
Un punto clave para entender la historia de la educación en México (y en el mundo) es que su acceso a los niveles más altos ha estado casi siempre limitado a los círculos sociales más poderosos, incluso las grandes excepciones como la de Benito Juárez existen gracias a que fueron patrocinadas por miembros de la élite.
Es así que en México desde la Real Universidad Pontificia y la Universidad Nacional de México la matrícula era un privilegio de las clases acomodadas de la época, basta mencionar a Carlos de Sigüenza y Góngora o a José Vasconcelos, ambos filántropos pero también acomodados. Ni hablar de las mujeres, quienes hasta Porfirio Díaz no figuraban en la vida académica del país.
Sin pretensiones reduccionistas podemos decir que los títulos universitarios se convirtieron en un título de nobleza, dentro del incipiente México republicano, ya que los esfuerzos hasta esta época de la historia del país se enfocaron en la alfabetización, más que en la especialización, siendo así que la clase social en la que nacíamos determinaba la educación que recibiríamos y por consiguiente el tipo de trabajo y vida al que podíamos aspirar.
Pero el progreso y la revolución llegaron a México y la universidad fue al pueblo y el pueblo a la universidad, nació una clase media más gruesa, producto del desarrollo urbano y ya no de los grandes hacendados. Se puede hablar incluso de movilidad social, pero esta ilusión cada vez se ve más minada por el origen social, ya que este determina, más que la preparación, el trabajo al que podemos aspirar.
La trampa de la meritocracia actual en México reside no solamente en que quienes pertenecen a una clase privilegiada crean que han logrado lo que tienen a través de su esfuerzo, sino en que se condene a la pobreza a quienes carecen de privilegios porque “no se esfuerzan lo suficiente”.
Y a pesar de ello el título universitario prevalece como título de nobleza, así como el Lazarillo de Tormes se echaba migajas en la barba para que creyeran que había comido, pues ante todo era un hidalgo, pobre pero noble, así los universitarios pobres de hoy en día se dan palmaditas en la espalda con título que de nada les ha servido para combatir el desempleo o el trabajo ajeno a sus estudios.
Peor es todavía que personas con las capacidades queden fuera del mercado laboral por carecer de estos títulos de nobleza; privilegios y educación universitaria. Con esto no pretendo hacer un ataque contra “el pinche sistema retrógrado” tipo la Mars, pero es cierto que existen personas con formación intelectual fuera de las aulas, autodidactas y emprendedores que necesitan apoyos más allá de lo académico. Juan José Arreola por ejemplo sólo concluyó la secundaria y sin embargo es uno de los mejores cuentistas que México ha tenido, además de su excelente trabajo como gestor cultural. Un ejemplo icónico es sor Juana Inés de la Cruz, a quien le fue negada la educación universitaria por ser mujer y tuvo que meterse a monja para poder tener acceso a los libros y al estudio, ella por ejemplo era una defensora de la razón por sobre el sexo y los títulos.
De esto último podríamos pensar: “bien hay gente muy talentosa que merece más oportunidades, pero, ¿qué pasa con profesiones que necesitan certificación como lo son la medicina o la ingeniería civil?”, la medicina es un caso paradigmático, pero así como nadie le confiaría una operación de corneas a un amateur, también es cierto que hay medicinas que se estudian fuera de la academia, como lo son las tradicionales o las alternativas, su eficacia debería ser lo que determine su validez, ya que aunque una persona que practica acupuntura o medicina naturista no pueda operar córneas, quizá conozca un tratamiento alternativo para evitar la operación. Este ejemplo carece de investigación, y sólo pretende ilustrar un punto. (P.D. Creo en los antibióticos, pero cuestiono a las farmacéuticas).
A pesar de que mantengo una defensa de los talentos autodidactas, creo que la educación universitaria debe universalizarse, estar siempre al alance de todas las clases, sin embargo esto no quiere decir que debamos obligar a alguien a estudiar en una universidad, ya que cada individuo debería tener derecho a tomar esa decisión, así pues es necesaria la defensa de la educación pública como obligación del estado con la sociedad, pero también es necesaria la defensa de la educación autodidacta, su reconocimiento y su respeto por parte de la sociedad hacia el individuo.
El cambio de paradigma que se necesita en este tema debe provenir de arriba para abajo, pues quienes están abajo no detentan los medios para instaurar los cambios, así que en cierto modo esta es una carta abierta para quienes puedan transformar estas políticas públicas desde sus posiciones de poder. Es momento de acabar con la dictadura de los privilegios económicos y académicos, e instaurar una sociedad horizontal, en la que en la balanza de los méritos también se pese aquello que se logra y aprende fuera de la universidad y/o las influencias, así ganarían las ideas, las mejores propuestas, ya que sólo así podemos hablar de progreso y movilidad social.
El mundo de la cultura, el talento y la educación no está privatizado por la academia.