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El pasado 28 de agosto la noticia nos sacudió a todos: Juan Gabriel, el llamado “Divo de Juárez”, dejó este mundo y, tras el desafortunado suceso, toda una serie de reportajes de su vida invadieron los medios de comunicación. La manera en la que murió, la supuesta predicción de su deceso, el legado musical que nos heredó y hasta el tour por la casa en la que habitaba fueron parte del escenario que pudimos presenciar durante toda esta semana.

He de decir que, como el 99.9 por ciento de la población mexicana veinteañera, desde chiquito me sé el coro de muchas canciones del señor, talento que se fue puliendo a partir de la adolescencia cuando uno empieza a agarrarle cariño al alcohol y a cantarle a los amores efímeros de la juventud.juanga3No faltaron los intensos que se proclamaron fans de hueso colorado del intérprete del «Noa-Noa», y que tacharon de «posers” a aquellos que se subieron al tren del mame y publicaron en Facebook y Twitter cosas relacionadas con la noticia.

Como tampoco faltaron aquellos que manifestaron que “esos que lloran por la muerte de Juan Gabriel, son los mismos homofóbicos que agreden a la comunidad LGBT a diario”. Muchas de estas personas claramente son parte de la comunidad LGBT, o bien, aliados. Algunos incluso fueron más allá: “Ahora le lloran, pero toda su vida se burlaron de él”. Pero no, SEÑORA NO. Vamos por partes.

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Me salta esta tendencia de los LGBToides Cuirs clasemedieros de ciudad, de no embonar en ningún chile. Antes de satanizar a la sociedad mexicana heterosexual, echémosle un vistazo a nuestro pequeño fragmento del pastel: la bella y enigmática fauna jotezco-lésbico-bicicletera-trans. ¿Acaso no hay homofobia dentro de nuestra comunidad? ¡Por supuesto que sí!, y no sólo eso: hay clasismo y racismo al por mayor. A muchos gays les provoca un repudio increíble el simple hecho de ver a otro gay, pero afeminado, moreno, pobre y aparte feo. Aquí te salvas de dos maneras: o eres guapo, o tienes cierto nivel de vida.

Y el señor Juanga tenía un nivel de vida que muchos quisiéramos. Eso fue lo que le ayudó a pasar a ser parte de esta “élite gay!, en la que no eres ni puto ni maricón ni joto: eres señor homosexual, con etiqueta y meñique en alto y todo. Seguramente al señor eso no le interesaba demasiado, ya que se dice que siempre prefirió los ambientes más populares. Juan Gabriel se caracterizó por ser siempre él mismo, algo prohibido para un gay pobre, porque automáticamente es “una jota ridícula”. Criticamos la doble moral de la sociedad, pero la comunidad LGBT fue cortada con la misma tijera.

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Yo invito a todo aquel que lea este artículo a ponerse a pensar al respecto. Nos enojamos por la doble moral mexicana, pero ¿y nosotros? ¡Dejemos de utilizar el término “pasiva” como algo despectivo! Dejemos de creer que todos los gays son guapos, cultos, masculinos y tienen un buen nivel socioeconímico. Dejemos de pensar que todas las chicas trans deben de parecer modelos brasileñas, tener rasgos femeninos “para que nadie se dé cuenta”, y tener voz suave. Dejemos de pensar que todas las lesbianas deben de ser bonitas, discretas, y femeninas. Dejemos de creer que los bisexuales simplemente están indecisos o que son gays de clóset.

Si el mismo señor Juanga en vida no hizo dramas por vivir en una sociedad machista y homofóbica, e hizo que su orientación sexual NO fuera su activo más representativo, ¿por qué nosotros hacemos lo contrario? Hagamos lo que esa sociedad machista heteropatriarcal carnívora illuminati falocentrista terrorsatánica que tanto criticamos hizo con Juan Gabriel: prestemos atención a lo que realmente importa de las personas. Esas cosas que nos hacen únicos, como nuestros talentos. Cantar, en el caso del Divo de Juárez. Esa parte de él que brillaba por sí sola, y que nada tenía que ver con lo que le colgaba entre las piernas, ni con el uso que le daba.

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