
Dicen por ahí que en la muerte todos somos iguales, que al momento de estirar la pata a todos nos va de la misma manera.
En el pueblo de “La Trinidad” vivía Don Manuel, un ilustre personaje, un artista reconocido de la región; conocido por muchos, exitoso, respetado por su comunidad, de conducta intachable.
En el pueblo de “La Trinidad” vivía Enrique, alguien tan común como los comunes, tan simple como los simples.
Don Manuel gozaba de fama, vivía cómodamente; nunca se había casado ni tuvo hijos; se especulaban muchas cosas sobre él, pero todo siempre quedaba en chismes. Entre broma y broma a sus espaldas la gente mormuraba y había insinuaciones sobre su orientación sexual pero nadie podía asegurar nada, él siempre había sido discreto.
Los vecinos de Enrique sabían que era homosexual y cómo no saberlo, si desde que era un niño se le notaba lo “diferente”, a algunos esto les causaba molestia, otros pensaban que no afectaba a nadie, pero que sería preferible que fuera más discreto, que si quería comportarse como una pájara deshuesada que lo hiciera “dentro de su cuarto”, uno que rentaba en aquella vecindad.
Un día Don Manuel se sintió mal, se puso grave, muy enfermo y después de una muy breve agonía falleció.
Durante 24 horas nadie se preocupó por Enrique, nadie lo había visto, pero qué más daba… Todo mundo estaba conmocionado con la muerte de Don Manuel.
Los preparativos del funeral de Don Manuel iniciaron.
Enrique había muerto en su casa, sin que nadie se enterara.
A Don Manuel le organizaron su funeral en el mejor lugar del pueblo, su ataúd blanco con molduras doradas y forros de terciopelo fue colocado al centro del salón principal de la funeraria; en cada esquina fue colocado un ramo de rosas blancas, ya que eran sus favoritas, a lado de cada arreglo floral había un cirio grande blanco adornado con encajes, no se había escatimado en ningún gasto, Don Manuel había sido tan bueno que merecía todo.
Mientras a Don Manuel le lloraban y lamentaban su triste y repentina muerte, el cuerpo de Enrique fue encontrado. Los vecinos estaban horrorizados con la escena, el cuerpo de Enrique estaba inmóvil en su catre, yacía frío como el invierno. Recordaron que él había dicho que tenía una hermana, mandaron a buscarla y mientras esto sucedía se dio aviso a la policía.
El club de teatro en el que Don Manuel participaba estaba conmovido, intrigado y extrañado por su repentina muerte. La tristeza invadía el ambiente, entre sollozos discutían que debían brindar un último respeto; la idea era muy simple, comprarían un hermoso arreglo floral para despedirlo, era necesario escoger el más bonito, el más grande y por supuesto el que demostrara más lo mucho que lo querían y lo importante que era para ellos. Se decidió comprar un arreglo de 400 rosas blancas, ¡eran sus favoritas!, el costo era lo de menos, entre todos cooperaron para juntar los 3500 pesos que cobraban por tan hermoso arreglo.
¡¿3500?! Cuestionó asombrada la hermana de Enrique, mientras el policía afirmaba con la cabeza y salía de su boca: sí señora, son 3500 pesos, por levantar el cuerpo de su hermano… ¿de dónde voy a sacar ese dinero? Repetía insistentemente la hermana sin encontrar la respuesta. Y claro, de dónde sacarían ese dinero si lo único que tenían eran los 50 pesos que había ganado vendiendo dulces ese día.
El dinero para el arreglo de las 400 rosas para Don Manuel se juntó de inmediato, y tan pronto fue posible se envió a la funeraria con una banda grande que decía “Con todo el amor posible, por todo lo que has hiciste por nosotros; te extrañaremos” .
Finalmente la hermana de Enrique consiguió que la apoyaran levantando el cuerpo; consiguió a como pudo una caja de pino, un traje usado para mandarlo al más allá medio arreglado y un espacio para velarlo, sólo por esa noche.
Al funeral de Don Manuel asistieron más de 500 personas a presentar sus respetos, dado que era un hombre ilustre su muerte ocupó las portadas de todos los periódicos, se escribieron muchas cosas buenas de él, lo maravilloso que fue en vida, lo grande de su carrera, todos sus logros, todo lo exitoso que había sido.
Al funeral de Enrique nadie fue, a nadie le interesó su muerte, nadie se acuerda de él.
Don Manuel descansa en paz, Enrique, quien sabe…
Nos encontramos en la próxima.