De la normalización de la violencia han surgido episodios terribles, lo hemos visto en Estados Unidos y también en México. Cuando un menor comete un crimen, la sociedad informada se vuelca al auto análisis, la menos informada, se ocupa de las acusaciones, lamentos y soluciones cortoplacistas.
Las reacciones varían de acuerdo al contexto de cada atroz masacre. En México, no es lo mismo, sacar una pistola en una escuela pública que en una privada, como no es lo mismo asesinar a un niño en un salón de clases que quitarle la vida en un paraje solitario.
La endeble memoria colectiva, sólo alcanza para lamentarnos y horrorizarnos un ratito. La atención pública salta de masacre en masacre y las respuestas institucionales siempre miran dentro de las mochilas o dentro de las cuentas de Face o Twitter, nunca dentro de las dinámicas sociales que producen tales episodios.
Sí, eliminar las armas de las escuelas es una parte de la solución, pero no siempre se han requerido pistolas y redes sociales para que algún menor cometa un crimen, ni tampoco una escuela de escenario o que el asesino haya sido víctima de acoso.
Vivimos en una sociedad violenta que reproduce y normaliza la violencia. ¿Serán suficientes tres ejemplos para recordarnos las barbaries en las que pueden incurrir los adolescentes en México?
«El Ponchis»
En diciembre de 2010, en plena Guerra contra el Crimen organizado, «El Ponchis» fue detenido en Morelos, era un niño sicario que tenía habilidades de estrangular, apuñalar, disparar ráfagas de ametralladora, torturar, secuestrar y desaparecer personas. Él mismo confesó que sólo mató a cuatro, pero testigos afirman que fueron muchos más.

Jugando al secuestro
En mayo de 2015, cinco adolescentes ataron de manos y pies, golpearon, asesinaron y enterraron a un pequeño de seis años mientras presuntamente “jugaban al secuestro”. El asesinato fue cometido por dos mujeres de 13 años, dos varones de 15 y un menor de 11; quienes invitaron al pequeño Raymundo a jugar y juntar leña en la ladera de un arroyo en Chihuahua.

Les cortó las orejas
En julio del 2016, un muchacho de 17 años, originario de Chiapas, asesinó y mutiló las orejas a tres de sus amigos por acosar a su novia, en la delegación Milpa Alta en la Ciudad de México.

¿Serán suficientes tres ejemplos para demostrar que únicamente la educación puede ser el arma para combatir la violencia y no la vigilancia extrema?