
México ha sido oficialmente una monarquía en dos ocasiones: de 1822 a 1823, durante el Primer Imperio de Agustín I, y de 1863 a 1867, durante el Segundo Imperio de Maximiliano I. Sin embargo, hay quien sostiene que existió otra “monarquía” de facto, que duró más de 70 años, desde 1929 hasta el 2000.
Daniel Cosío Villegas, el más importante intelectual del siglo XX en México, calificaba al sistema político mexicano como una “monarquía absoluta sexenal, hereditaria por vía transversal”. Con esta frase, criticaba la falta de democracia y la corrupción del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que controlaba la sucesión presidencial a su antojo. Esta idea no tenía ningún fundamento constitucional, todo pasaba por arriba o por abajo de la ley, sin embargo era irrebatiblemente fiel en su descripción del sistema político.
Ahora bien, desde hace 22 años, cuando se dio la alternancia política y terminó el último gobierno priista, México nunca ha estado más cerca de anular la democracia y la división de poderes. El actual presidente se ha arrogado facultades metaconstitucionales y se ha envuelto en un aura de realeza mexicana deificada. Si la corona quedara en su heredera elegida, una nueva monarquía sexenal mexicana hereditaria volvería a entronizarse.