El otro día abordé el metro de Monterrey en hora pico y vivir el atascamiento del Transporte Público local, nunca me había motivado a narrar sus vicisitudes. Hasta ahora.
Había abordado en Zaragoza, pero al trasbordar, de la Estación Cuauhtémoc, hasta Mitras, el «lleno total», aumentó hasta «vagón sardina» y algún punto, entre Hospital y Edison, me sentí en un tren de Bombay, y eso que nunca he estado ahí. Si no hubiera sido por la musiquita y los comerciales, aquello hubiera llegado a la categoría de «tren nazi».
Pero cuando intentaba sujetarme con gracia al primer tubo que pudiera, aunque no me fuera caer para ningún lado, ya que el apretujo aquél, se había convertido en froteurismo público, el tren se detuvo en la estación Simón Bolívar y nadie bajó, sólo una señora de grandes dimensiones, grandes de verdad, esperaba para abordar y observó unos instantes la situación.
Me pregunto ahora cuál habría sido su apuro en tomar ese tren, porque tan pocos fueron los segundos que lo pensó y tan incrédulos fuimos quienes pensamos que no iba a entrar cuando la señora nos dio la espalda.
Fue para entrar de reversa. Pum, pum, pum… Paso a paso retrocedió sin mirar atrás, o sea, sin ver a los que estaba, literalmente aplastando. Qué buena estrategia. Y así se fue, dándole la espalda a un montón de gente que murmuraba, se reía y hacía todo tipo de muecas. Lo que hay que reconocer, es que nadie osó llegar a la burla, todos apechugaron ya sea con humor o con resignación.
Yo me bajé en la siguiente estación, Mitras, y por fin respiré. Sentí el alivio de la libertad y me dispuse a abordar un metrobus que en Monterrey se conoce como Ecovía, luego entonces, el mismo drama comenzó de nuevo. FIN.