El otro día estaba estaba escribiendo lo que publicaría al día siguiente, cuando, desde el bote de basura, en la banqueta de mi casa, una cucarachota levantó el vuelo. Ágil, se posó en el poste y luego, intrépida se dirigió hacía mi ventana.
La vi entrar, como quien mira a una nave extraterrestre invadir Nueva York, pero yo estaba sentado en mi escritorio y para cuando intenté moverme, la maldita ya sobrevolaba la puerta de la habitación, impidiendo mi escapatoria.
¡Hija de la chingada! ¿Qué quieres de mí? ¿No fue suficiente la cena entre los desechos de los vecinos? Pero, la culera, no dejaba de revolotear y hasta me dieron los segundos suficientes para pensar que lo hacía sólo por molestarme y hacerme entrar en pánico.
Para entonces ya había divisado mi chancla, pero supe de inmediato, que cualquier manotazo en falso, podría hacer aterrizar al horrendo cucaracho en mi bello rostro.
No me pude evadir, pero al vencer el asco, me percaté del breve instante que por mi aversión a ese cucarachón, me había parecido larguísimo y en menos de lo que pensé, la interfecta, ya estaba en el piso, esperando por su destino fatal. ¡TRAZ! ¡Ahí te va mi chancla! ¡Lleva todo mi poder!
Reducida a una masa informe con patitas negras y tantita pus, al verla sentí lástima. Pensé en los derechos de los animales y en cómo la Humanidad ha llevado a la extinción a tantas especies.
Volví a lo mío, pero la culpabilidad me llevó a guglear sobre la vida de las cucarachas. Descubrí que es el artrópodo que más enfermedades puede transmitir. Sólo imaginar que de día reposan en las cañerías al paso de la cagada y que de noche salen a tomar el fresco en los estantes del súper o los trates de la cocina: E. Coli, la Salmonela, la Fiebre Tifoidea, el Staphylococcus y Streptococcus, el Cólera, la Gastroenteritis, la Disentería y hasta Lepra. ¡Provecho!
Y aunque las cucarachas son el involuntario epítome de la inmundicia humana, justificado el delito para esta sentencia de muerte previa, no hubo más que aceptar su destino, pues aunque tienen alas, son animales rastreros y no pueden votar muy alto y únicamente cortas distancias para desplazarse.
Es así que el sobrevuelo terrorista del insecto, no fue producto de un súper poder en la cucaracha. Que tuviera miedo de que se posara en mí, era sólo cuestión de no haber pensado en las ventajas de mi especie, y el chanclazo, ese fue puro instinto.
Mi sentimiento, mezcla de desconcierto y remordimiento, se esfumó en cuanto vi a las hormiguitas salir contentas por su cena, luego entonces comencé a cantar «Eeeees eeeel ciiiclooo sin fiiiin, queee nos mueve a too…». FIN.