
En un contexto bélico, todo se justifica, todo esfuerzo es bienvenido y toda muerte, por injusta o absurda que sea, es envuelta en la bandera y ligada al heroísmo; este último aplastará sobre su peso inmenso el derecho al dolor, al reclamo, despersonalizando al ser humano y convirtiéndolo en una especie de ofrenda, un holocausto consumido por el fuego en los altares de la nación.
La guerra lo justifica todo, sea esta real o ficticia pues la guerra es el siglo XXI se crea, se escribe y se gana con propaganda, es esa la gran lección que nos dejó la Guerra Fría. Renunciemos a las libertades, para defenderlas, es uno de los primeros esfuerzos de la propaganda; aquello que estamos a punto de ceder es por nuestro bien, perdemos para conservar, cedemos para mantener.

En el actual contexto la guerra es aún más extrema, en eso se parece más a la “guerra contra el terrorismo” que a una guerra convencional, pues nuestro enemigo es un lobo al asecho, una sombra silente que puede saltar sobre nosotros y atácanos en cualquier momento, sin distinciones, atacarnos porque estamos en el lugar equivocado en un mal momento.
Todo aquel que esté en contra de la guerra, sus medidas y sus cifras oficiales, toda persona que se atreva a cuestionar las medidas, la sesión de libertadas o el inequívoco hecho de que estamos ganando y ganaremos es un traídos, un antipatriota que merece la muerte o el linchamiento, alguien a quien insultar en la nueva plaza pública, es decir, las redes sociales. Hace más fácil descubrir conspiraciones que amenazan la nación y denunciarlas públicamente, sin pruebas, pues estas no son necesarias, la guerra lo altera todo.
Justifica el autoritarismo y la descalificación de aquellos quienes señalen posibles errores en la operación de guerra, para aquel que no comparta el optimismo y los datos del líder supremo que, pese a lo que dicta la realidad, puede siempre tener otros datos.
Los soldados y los civiles muertos son sacrificios de la nación y no de las familias, ya no les pertenecen, son ahora nuestros héroes; ninguna muerte era deseable, pero todas ellas fueron necesarias, aunque lamentables.
En el discurso de guerra las tensiones políticas internas escalan en ocasiones, pero el megáfono de quien lidera los esfuerzos y posee el aparato propagandístico del Estado juega con dados cargados, mientras que aquellos que ansían su poder sobrevuelan los escombros nacionales como aves carroñeras. Ninguno de ellos tiene la razón, pero la ambición les ciega, pues los soldados no son de la nación, aunque sean los hijos del pueblo, los saldos son de los poderos.
Pero qué pasa cuando la guerra no existe, cuando se inventa para aplastar con propaganda la mala gestión de una crisis sanitaria, eso estamos descubriendo. La guerra no existe, no en términos de que el virus sea inventado o que no sea un patógeno potencialmente mortal, de eso no cabe la menor duda, lo que se cuestiona es el discurso bélico construido a su alrededor para reforzar posiciones políticas, afianzar alianzas, ejercer presupuestos clientelares y reducir libertades. No me refiero con esto último al libre tránsito que claramente debe estar restringido por razones sanitarias, me refiero a la libertad de pensar, de cuestionar y criticar a un gobierno, que aprovecha la crisis para ahondar la polarización que le permitió encumbrarse y a una oposición que utiliza a los muertos, a los “héroes” y los resultados de una crisis sanitaria y humanitaria como capital propio dejando de lado toda restricción ética.
Abusando como sociedad y como gobierno del personal médico, a quien s ele obliga a “luchar en la primera línea” sin sus “armas”, sin equipo de protección personal adecuada, sin presupuestos, con camas insuficientes, sin la información adecuada de la situación epidemiológica por zona.
Los muertos no salvan vidas; te lo recuerdan continuamente, especialmente en situaciones de riesgos mayores. Eso aplica también para las y los profesionales de la salud, quienes se encuentran en este momento en los hospitales y ambulancias de todo el país están haciendo una labor sobrehumana, en condiciones precarias, sin presupuesto, sin equipo de protección y arriesgando sus vidas, bajo una enorme presión laboral, social y gubernamental.
Estamos abusando de ellas y ellos, el personal de emergencia muerto por covid-19, contagiado en su lugar de trabajo tiene que ver con la negligencia, no propia (aunque puede aplicar) si no de las autoridades de gobierno y las instituciones de salud a las que pertenecen. No son héroes muertos si no víctimas de algo que la ley en este país estipula como homicidio culposo (en términos muy simples) cuando tus acciones u omisiones provocan la muerte a alguien sin una intención premeditada.
Esta “guerra” deberá ser revisada al final ara sancionar y “condecorar” a aquellas personas que hicieron un buen o mal trabajo y por ello se les reconoce una responsabilidad. Pues no existe justificación para sacrificar ni una vida, así sea para dar nacimiento a los héroes. Resulta necesario revisarla para adaptar nuestro sistema de salud, político y social de manera tal que podamos enfrentar los problemas que indudablemente sucederán en un futuro. Para no volver a ser cautivos de una guerra –sin referirme, repito al confinamiento que es indispensable observar estrictamente- entregando nuestras libertades para conservarlas.
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