¿Para qué tanto Orgullo?

¿Para qué tanto Orgullo?

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Por: Osvaldo García | Columna Invitada 

Detrás de toda la lucha social, menester necesario para la situación “tolerante” que viven cientos de homosexuales en México, siempre existirá la inconformidad, la decepción, incluso la desdicha.

Dicho imperio, que a simple vista parece avanzar en lugar de retroceder, me ha provocado un sinfín de respuestas inquietantes a la realidad de muchas personas que actualmente viven en este
aparente “cambio” hacía el progreso.

Nadie puede negar los hechos históricos, pues desde años antes que la auto proclamada “comunidad” LGBT (y sus absurdos agregados), ha tenido desde siempre el lugar menos favorecido
de la sociedad. Esto me lleva a comprender los origenes de una condición aparentemente humana, la cual siempre se ha visto sesgada por la sombra de lo marginal y lo escatológico.

Si los orígenes de una conducta sexual inherente vienen siendo los del olvido o el repudio, es preciso agregar que en la actualidad aquellos viejos lastres aún son la vestimenta de una “minoría” violentada por el germen de la doble moral del hombre.

No es posible saber, quizá nunca lo sabremos a ciencia cierta, cuál es el verdadero propósito del destape masivo de la hiper-homosexualización en el que vivimos actualmente; vagamente quisiera creer que se trata simplemente de una medida natural ante la sobrepoblación, como es bien sabido y restregado en la cara por cientos de mentes religiosas: dos hombres no pueden procrear, escudo y argumento que siempre será sustraído de los “mejores” líderes ultraconservadores.

Cualquier cosa puede ser cierta, hoy en día todas las verdades son un canon, sólo es necesario que dos o tres militantes sean afines a tu forma de pensar, ¡y listo! Así se forma el pensamiento
espontaneo de este siglo saturado de inmediatez. Por lo tanto, si muchos dicen que ser gay está bien, se convertirá en un dogma de por vida para muchos, del mismo modo que calificarla como una aberración. Ante esto yo prefiero un horizonte neutro.

En cierta ocasión leí una declaración del cronista y literato Carlos Monsiváis que me dejó anonadado, y esta era su deseo por lograr que su trabajo fuese lo que otros reconocieran de él, no por su
orientación sexual, sino por el arte de la palabra escrita. Para muchos (o pocos), otros quizá lo ignoran pues también en esta contracultura rosa existen personas que no saben hacer otra cosa
más que vestirse de plumas y “celebrar” con orgullo, este personaje puede ser (o no) un hito importante en las primeras manifestaciones del hombre gay frente al monstruo opresor
guadalupano.

Pero, la diversidad no viene en colores llamativos, sino lo contrario: me gusta revestirla de una gama cromática opaca, pues una orientación sexual no es algo que deba cargar con orgullo, o como la mejor joya de la corona, de ser así, sería un diamante de sangre, solitario por siempre en su urna de cristal, ¿qué sucede cuando lo único especial que se tiene es ser gay? Si lo quitas no queda absolutamente nada, salvo las pelucas y los gestos amanerados. Por desgracia o acierto, restregarle a todo el mundo tus mejores defectos virtuosos son el santo grial de las locas o los que aparentan discreción.

Hablar de un discurso LGBT es un arma de doble filo: o te tachan de homófobo o progresista. A mí me gusta verme a mí mismo como un detractor de la oposición, sea cual sea. Siendo gay existe una carga social y un estándar sobre humano que se debe cumplir si se desea alcanzar la aparente felicidad de la propaganda a favor de la diversidad sexual, con la cual se nos bombardea a diario.

Sin mencionar la idealización del amor gay, una realidad errónea vendida por películas, cortometrajes, video musicales e “influencers”. La distancia entre el afecto ahora se reduce y es
sacrificada en el altar de las aplicaciones para “hacer amigos” y divertirse, sinónimo solamente de hostilidad: la realidad es que el hombre es imperfecto y en esa simple imperfección encontraremos el valor genuino de las relaciones humanas.

Todos desean un cambio, pero pocos se atreven a sacrificar la vida por ello, eso mismo sucede con el amor. Todos en algún momento de la vida deseamos empatizar con alguien, sin embargo esta difícil dejar atrás los ménage à trois o las relaciones abiertas, ningún acuerdo mutuo o calificativo sirve para ocultar su nombre: promiscuidad. Por más maquillaje y justificaciones que deseemos darle a las cosas con tal de tener un propósito o pertenecer, detrás de esto siempre estará el verdadero rostro, mutilado y lleno de llagas. Ser gay conlleva muchas cosas, entre ellas aceptar que los estereotipos son una verdad sobre la que está construida nuestra maravillosa “comunidad” LGBT, y esta es que somos promiscuos.

Lo somos y lo celebramos cada año en una fiesta masiva que no es otra cosa que celebrar la peor parte de nosotros, ¿carnaval o marcha fúnebre? La respuesta es tentadora. En estos lugares de
ocio se ha olvidado de la visibilidad que un principio se buscaba, ahora es más importante el libertinaje que la búsqueda eterna por la libertad.

Nos gusta lo peor de nosotros. Jamás hemos estado mejor conformes con estas ideas del nuevo siglo. Amamos el sexo y hacemos una fiesta en grande para gritarle a todo mundo que podemos hacerlo hasta el cansancio. Un día te das cuenta que ya no eres tan joven y las únicas memorias que conservas son las de los encuentros efímeros donde se han olvidado de tu nombre,
regresamos al origen, al vientre de lo marginal: nuestra única madre.

Hasta la fecha no he conocido ningún homosexual satisfecho, siempre ha persistido ese pequeño agujero que buscamos llenarlo con cada nueva conquista. Pero la soledad no se va, sigue allí, de
pie, recordándonos que el tiempo se agota. Los veteranos quizá logren comprenderlo mejor, (o no). Es imperativo agregar que el rostro real de nuestra condición humana nos ha orillado a una
interminable puesta de escena, donde el único participante al final es el triste payaso de la ópera.

Las verdades son muchas y la de nosotros es estar solos, por lo menos hasta que alguien más apueste por el amor, o de su vida por conseguirlo.

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