¿Por qué los homosexuales no saben amar?

¿Por qué los homosexuales no saben amar?

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Por Osvaldo García

Me gustaría comenzar recapitulando uno de los poemas más bellos de Efraín Huerta, poeta mexicano oriundo del estado de Guanajuato, figura literaria importante en la literatura gay de nuestro tiempo.

El verso dice así, “Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros, la miseria y los homosexuales, las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas”, dicho poema pertenece al libro “Los hombres del alba” editado en la Ciudad de México en el año de 1944, pero, ¿de dónde provendrá aquel dolor desmesurado que embarga a todos nosotros que vivimos dentro de estas ciudades que de pronto parecen interminables? No lo sé: en realidad, existen preguntas que probablemente no tendrán jamás una respuesta.

Quisiera creer que nuestro destino es otro, que existe la famosa luz detrás del túnel. Pero, la realidad, abierta como un abismo, es sólo de aquellos que han visto la oscuridad del corazón; los tiempos cambian, al igual que nuestra forma de relacionarnos. El México que Huerta conoció, donde vivió, amó y murió, no es el mismo que el tuyo o el mío. Pronto, en una predicción fidedigna del futuro, el amor será una fantasía mórbida, un producto de la mercadotecnia, y no un sentimiento.

¿Cómo es posible relacionarse, cuando hay un sinfín de posibilidades más con sólo deslizar el botón para seguir con el siguiente perfil? En aquel perfil que todos alguna vez hemos visto, justo debajo de la escueta descripción, se alza como un monumento a la mediocridad la tan conocida fotografía del “hombre sin cabeza”, los torsos esculturales, canon de la fantasía erótica y afectiva de los gay contemporáneo, ¡y es qué es inevitable no sentir un apago enfermizo por la belleza! Igual a los griegos antiguos, idealizamos el cuerpo masculino como requisito primordial para acceder a tan importantes personas detrás de aquella aparente felicidad.

Nadie lo admite, pero el mundo rosa que hemos construido tiene sus bases en la frivolidad, y es que, ¿cuándo se ha visto una pareja gay promedio con problemas reales en la mercadotecnia que consumimos?, jamás, no hay cabida para ellos, pues la estructura de nuestra “genética” griega es la superficialidad.

Nuestra forma de relacionarnos se basa en los monosílabos y en la creencia que el siguiente será mejor que el anterior sin dar detenernos a contemplar por un minuto el presente. Tenemos la firme convicción de que el amor nos encontrará algún día, llamará a nuestra puerta luego de tantos intentos fallidos con la persona “equivocada”. Es vital agregar el sentido erróneo de aquello: el amor no encuentra, de hecho, es una substancia que se niega a ocultarse.

“Sin foto no chat”, “No pasivas”, “Varonil discreto”, “21CM”, aunque no lo parezca, estos perfiles que me he atrevido a citar parecen títulos de películas muy malas que pronto pasaran al olvido, pero en realidad se trata de nuestra realidad: lo que nos espera como personas, es decir: nada. Si nadie encuentra su lugar allí es porque en realidad no existe y así lo hemos decidido, incluso nos sentimos cómodos con ello.

Nunca nos ha interesado el amor, sólo queremos justificar nuestra soledad y gusto por el desenfreno, al final de cuenta, queremos diversión, ¿no? La merecemos, pues hemos estado en la clandestinidad durante siglos, por tal motivo, la modernidad es el escenario perfecto para nuestra fiesta interminable.

A veces quisiera sostener la teoría de que la homosexualidad es sólo para las personas bellas, con vidas espectaculares, para gente cultísima sin precedentes, dioses que se han atrevido de bajar de sus aposentos hacía territorios mundanos y sucios, como mencionan algunos. Aquella embriagues por la juventud y su néctar que simple vista parece no terminar, sólo puede causarme horrendos ataques de risa y auto conmiseración. Lamento decir que nuestra poca consciencia de la muerte y la vejez nos ha obligado a permanecer en aquel estado, congelados como esculturas de hielo en inacabable placer.

Entre aquel viaje de torsos sin cabeza y mala ortografía, es usual ver también a las típicas parejas que han decidido “abrir su relación” a otras posibilidades, ¿por qué simplemente no admitir el vacío que jamás se llena y regresar a nuestro estado natural: la soledad? Ridícula idea, ¿verdad? Estamos hechos para exprimirnos al límite, o quizá solamente buscamos justificar que no estamos satisfechos, en algún punto de nuestras vidas no estamos conformes. Hablar sólo a través de la experiencia y de lo que se puede confesar nos causaría conflicto ya que se derribarían muchos de los conceptos de idolatría que nos hemos impuesto para creer que la “felicidad” es un destino y no
un fin.

Nuestra verdad es esa: estamos insatisfechos, tenemos hambre de seguir pulsando ese botón que nos llevará al siguiente y al siguiente, hasta que nuestra última cita sea con la muerte. El hombre, como género, es un animal carente de razón cuando de placer se trata, la mujer, el catalizador, el pinchazo colérico de heroína, es aquello que calma el ansía de poseer, es por eso que cuando dos hombres eclosionan en una relación de aparente convivencia, comienza un holocausto.

El sexo es algo de lo que nunca tendremos suficiente ración, ¿comer del mismo plato por siempre? Pronto se volverá una tarea aburrida y obscena. Por eso siempre buscamos, nuestra búsqueda por del otro en los lugares más sórdidos de la ciudad.

Y lo alabamos, alabamos nuestra mugre, canonizamos la suciedad, quizá porque es lo único que tenemos, ¿de verdad tan pocas son las aspiración de muchos? De ser así, me da gusto que la esperanza de vida sea corta. Quisiera admitir lo contrario, pero nuestro marcador es desalentador, situación que también es un hecho global, sólo que magnificado.

Mejor, continuemos así, buscando, pues a nadie le interesa que detrás de las fotografías que nuca terminan halla una persona con tristeza o felicidad, un soñador sin esperanzas de sentirse protegido por su igual. Sí, mejor continuemos apostando por la frivolidad, por la idealización de lo imposible, al final es lo que más se nos acomoda: nuestro conformismo es lo único que merecemos, y así, como el poema de Efraín, “amaremos mañana cuando el alba sea alba y no chorro de insultos, y no río de
fatigas, y no una puerta falsa para huir de rodillas”.

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