
Querido Tío Gamborimbo:
Le escribo desde la Sultana del Norte, con el corazón en un puño y el estómago hecho nudo, como si me hubiera comido un cabrito entero yo solo (y crudo). Mi dilema es el siguiente: llevo casi un año con mi novio, llamémosle «Ricardo», y es lo mejor que me ha pasado. El problema es que se acerca la cena de Navidad con mi familia (ya sabe, la típica familia regiomontana, más conservadora que un fósil de dinosaurio en misa de gallo) y siento que «debo» llevarlo. Sé que falta mucho para la Navidad (apenas estamos en abril) pero mi mamá es una loca de la planificación y no quiero tener que improvisar cuando se acerque la fecha.
Mis papás saben que soy gay, lo tomaron… digamos que «con cristiana resignación», pero nunca he llevado pareja a casa. Ricardo quiere ir, dice que es importante, pero yo me muero de pánico. Imagino las miradas de mis tías, las preguntas incómodas de mis primos, el sermón disfrazado de consejo de mi abuela, y ni hablar de mi papá, que seguro se la pasará hablando del fútbol o del clima con tal de no tocar «el tema».
¿Qué hago, Tío? ¿Me armo de valor y lo llevo, arriesgándome a una noche de tensión digna de telenovela turca? ¿O me invento una excusa barata, le digo a Ricardo que mi familia tiene una gripa colectiva repentina y me ahorro el mal rato, aunque me sienta como un cobarde y él se decepcione? ¡Ayuda, por favor! Siento que cualquier opción es perder.
Atentamente, Javier el Asustado
Querido Javier:
Querido Javier el Asustado (y futuro protagonista de drama familiar):
¿Pues qué esperabas? ¿Que al llevar al novio a casa de tu familia tradicional regiomontana te recibieran con mariachi, un arcoíris de globos y un discurso de inclusión de tu abuela? ¡Por favor! Aterriza en la realidad, que no estamos en un comercial de refresco.
Primero, respira hondo y deja de visualizar tragedias griegas o telenoveleras. El drama familiar es el pan joto de cada día, especialmente en tales fechas donde se mezcla el bacalao, la carnita asada o lo que se acostumbre en tu familia, con los resentimientos añejos. Tu situación no es única, créeme. La diferencia es que ahora el «pecadito» visible eres tú y tu acompañante.
¿Que si lo llevas o no? Mira, la pregunta real es: ¿estás listo TÚ para el circo? Porque Ricardo, con todo y sus buenas intenciones, es solo el invitado de honor a TU espectáculo familiar. Si decides llevarlo, hazlo con la cabeza fría. No vayas esperando aceptación universal ni aplausos. Ve preparado para las miradas, los comentarios por lo bajo y la tensión más densa que el tráfico de Gonzalitos a las 6 PM. Considéralo una prueba de carácter… para ellos, no para ti. Tú ya sabes quién eres; ahora les toca a ellos demostrar si pueden lidiar con la realidad sin hacer un pancho monumental.
Si no lo llevas, ahórrate las excusas patéticas de enfermedades imaginarias. Dile la verdad a Ricardo: «Mi familia es complicada y no estoy seguro de querer exponerte (ni exponerme) a su posible toxicidad navideña todavía». La honestidad, aunque a veces incómoda, evita futuros enredos.
Cualquiera que sea tu decisión, recuerda: no eres responsable de las reacciones cavernícolas de los demás. Tú vive tu vida, disfruta tu relación y si la familia no puede con eso, pues que se coman los buñuelos con su propio veneno. ¡Ah! Y llévate un buen postre por si acaso, que nunca está de más endulzar un poco el ambiente… o tener algo que aventar en caso de emergencia.
Deja de sentirte un cobarde y empieza a sentirte como el adulto que toma decisiones (aunque sean para evitar dramas previsibles). Algo que podrías hacer para garantizarte un drama de menos nivel, es llevarlo antes, de forma improvisada e informal así le podrás tantear el agua a los camotes, igualmente puede darse un drama griego, telenovelero o de plano una pelea de UFC, pero solo entre tus regios papis contra ti y tu novio. Estaría más pareja la cosa ¿no crees?
Atentamente: tu Tío Gamborimbo