Soy malo para comer mariscos y más aún me niego siquiera a probar las langostas, pues sé que para estar en mi mesa fueron capturadas, lastimadas en el proceso de traslado, en su supervivencia pelearon con otras langostas y por último el chillido de tres minutos donde se contorsiona y muere, en esta danza, si hay más langostas en la olla en el intento de supervivir una a otra se jalan y su agonía se incrementa.
Hace tiempo un predicador habló sobre este tema y nos comparó con las langostas, en especial a la comunidad LGBT y tantos años que hemos sufrido la captura, el maltrato del traslado y por último la muerte, tal como sucede en siete países en los que la homosexualidad se “castiga” con pena de muerte: Nigeria, Somalia, Irán, Mauritania, Arabia Saudí, Sudán y Yemen. Si fuéramos capturados en estos países nuestro destino carecería de cualquier clase de sentimiento, a no ser el sentimiento de odio, juicio y condena.
En nuestro país, hemos sido langostas capturadas y tratadas sin respeto, los caparazones muchas veces se rompen y la única salida a sido la muerte, así como un gran gesto de supervivencia ha sido la agresión, el odio, el repudio, hacia otras langostas que creemos que no deben de salir de la olla y a fuerzas deben de vivir el martirio de esos tres minutos, así como los he vivido yo, que se retuerza, que vea lo que se sufre y no le permitiré por ninguna razón sobrevivir. En Monterrey, la comunidad de la diversidad hemos caminado un largo camino en busca de derechos humanos, hemos vivido la represión, la violencia hacia nosotros mismos en esa búsqueda de igualdad y respeto.
Los grupos conservadores insisten en hacer consultas a la población si deben de darnos igualdad de derechos aun cuando deben de saber que están pisoteando nuestra propia Constitución Mexicana que nos confiere igualdad y veo que muy fácilmente se equivocan de libro de legislación y lo cambian por una Biblia, la cual interpretada en pedacitos y en forma fundamentalista genera una visión pobre de amor y con un discurso absurdo de la familia y la procreación, poniendo el poder del hombre y la ley natural, sin entender que la ley natural nos confiere igualdad.
Veo y trato de respetar las posturas de la propia comunidad LGBT, que aún sigue pensando en cómo procesar esas benditas leyes que nadie ha podido cumplir y les asusta creer en algo más que una figura mitológica creada y colgada en los altares, alejada y llena de condenación para una vida miserable de ruego y adoración que no lleva a la superación de las personas y nos hace volver a Moisés, dándonos una serie de condiciones de cómo cumplir como Creyentes, con tal de no empezar a adorar a otros dioses o a otras Santas que vemos muy alejadas de fortalecimiento espiritual de una persona.
En fin… yo en lo personal trato de pensar que no soy langosta y que debo aprender que existen muchas langostas capturadas en sus propios infiernos internos que no les permite ver más allá que el agua hirviendo de la olla, que cada uno vive a nivel personal lo que desea vivir y que no soy nadie para salvar de sus propios chillidos de dolor a quien quiere vivir ese mundo y insiste en que otras langostas lo vivan y vean su realidad como única, como muerte.
Veo langostas como el Papa Francisco que insiste en promover el odio y la condenación, asegurando que no somos naturales y atentamos contra el derecho natural, ojala otras langostas sean capaces de salirse de esa olla y ver lo absurdo de argumentos inspirados en la homofobia, la lesbofobia y la transfobia y que nos muestran una constante falta de madurez teológica, humana y de crecimiento espiritual que les permita parar tanto odio en el mundo, despertando mas langostas que luchan ferozmente contra el Matrimonio Igualitario y la adopción y aun mas langostas que creyeron ser dueñas de la olla y no permiten que se vacié al agua hirviendo para dar cabida al respeto, a la igualdad y al fortalecimiento que debemos tener la población general para dejar de ser langostas y convertirnos en personas conscientes de sus derechos y capaces de defenderlos sin el chillido de los tres minutos de dolor y agonía.